Desde hace semanas, se pretende extender la especie de que el Oviedo Antiguo es inseguro, de que hay peleas continuas y violentas las noches de copas, de que hay robos sin parar y de que, para transitar sus calles, hay que ir de oca en oca entre orines, vomitonas y demás secreciones humanas y divinas. Y se hacen portavoces de la degradación del barrio ciertos medios de comunicación, algún grupo municipal y el portavoz de una llamada Asociación de Vecinos del Oviedo Antiguo de la que no se conoce mayor actividad que las declaraciones apocalípticas de vez en cuando, y desde hace muchos años, de esta persona, para el que el ruido en la zona es el mayor problema social de la ciudad.
El Oviedo Antiguo no es inseguro. Vivo en él desde hace quince años, en la misma casa, extramuros, pero Oviedo Antiguo. Vuelvo a casa sola o acompañada, de día o de noche o de mañana muy temprano, entre semana o en fin de semana, con la calle repleta o sin un alma, por el Postigo, por San José, por Ecce Homo, por Paraíso… Nunca me ha pasado nada, nunca he sentido miedo.
Nunca he sentido miedo en la calle y nunca he sentido miedo en casa, ni oyendo los aullidos del botellón ni viendo la silueta del caserón de Regla solitario, recortado por una luna llena espléndida.
Nunca he sentido ese miedo ideológico, nunca he sentido ese miedo reaccionario, ese temor que genera desconfianza y prevención.
El Oviedo Antiguo me ha quitado la soledad cuando esta me venía grande, viviendo en él he sentido el calor de vivir en un barrio, sin el Oviedo Antiguo, sus locales y sus personas hubiera sido mucho más infeliz. Un buen puñado de mi gente de ahora la he conocido viviendo aquí, vecinos y vecinas del Oviedo Antiguo.
A mi hija la conoce el barrio entero, asoma la cabeza en todos los comercios y llama a todo el mundo por su nombre.
En el Oviedo Antiguo voy a los conciertos y voy a los desayunos. De día y de noche.
Y como voy a los conciertos y voy a los desayunos sé bien que el ruido en el Oviedo Antiguo no es el mayor problema social de la ciudad: ojalá lo fuera.
En el Oviedo Antiguo me siento privilegiada, porque privilegio es atravesar sola el Tránsito de Santa Bárbara; porque privilegio es haber estudiado bajo la sombra del padre Feijoo; porque privilegio es ir hacia casa y refugiarse unos segundos con la mirada en el olivo de la Catedral; porque privilegio es tener por vecinas las salamandras.

La ventana de Asturias – Cadena SER – 28 de febrero de 2014.