Me tropiezo, tratando de sacar adelante un comentario con dignidad formal, con el Diccionario ideológico de la lengua española, de don Julio Casares. Alguien que levantó un monumento al español de esta grandeza se merece el «don» como señal de respeto sin tonterías. Como doña María Moliner. O don Joan Corominas. Al margen de las muchas manos que elaboran el diccionario académico, los tres grandes hacedores de diccionarios del español, que son un fin en sí mismos, no solo herramientas imprescindibles para tocar con los dedos la calidad en el idioma, sino obras cerradas que pueden consultarse por el simple placer de bucearlas de aquí para allá, para seguir maravillándonos con el genio de la lengua hojeando sus páginas al modo diletante, partir de la etimología, seguir por la definición y acabar en los campos semánticos, atisbando, siempre, la gramática, cuyos indicios y muchas veces evidencias se encuentran en las páginas de los diccionarios, sin falta de recurrir a la obra especializada.
Y de los diccionarios, inevitablemente, a los tiempos de la facultad, porque allí aprendí a conocerlos y a saber entenderlos como obras en sí, dejando de lado por un rato el yunque para encontrar el libro que me habría de llevar a la pluma. Y de la facultad volví al presente, un presente que se alarga demasiado, donde siempre está el rector de la Universidad pidiendo más pasta, pero no es de ahora, ahora, como en todo, la falta de recursos es mayor, pero llevan los rectores pidiendo más pasta al Gobierno asturiano años, todo esto agudizado en este tiempo en que la estafa que nos habían organizado cascó en la cara de la gente normal, mientras Bárcenas consigue doscientos mil euros sin despeinarse, que la gomina sigue en su sitio.
En fin, diccionarios, facultad, Universidad, siempre nos parece que lo de nuestros años jóvenes era más sólido que lo que hay ahora, esas asignaturas que duraban todo un curso, nada de cuatrimestrales, nada de libres configuraciones, ni siquiera nada de créditos, asignaturas a bloque, exámenes finales, lista de lecturas obligatorias, al profesor no lo veías si no querías, las tesis doctorales eran tremendos tochos, y ahora parece todo más masticadito y disperso, aunque sé que no será así, que son cosas de la edad, de reencontrarse con don Julio Casares, de consultar el diccionario en papel, con las tapas ya bastante derrengadas, y otear algo el idioma, y seguro que fue siempre así, nuestra Universidad, desde Valdés Salas, tuvo problemas económicos y siempre fue igual de profunda y de liviana y siempre hay alguien mirando hacia atrás para pensar que ahora no se trabaja como antes y siempre pensaremos desde aquí que cómo no habremos aprovechado más, aunque quién aprovecha más con 20 años y con las risas, pero siempre habremos tenido el privilegio de haber podido llegar para que, al menos, un par de profesores nos hayan subido en volandas encima del muro desde donde, ya buscándonos la vida, podemos vislumbrar el resto del mundo.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 23 de enero de 2015.