No hay objetivo político más noble que la lucha contra el hambre ni privilegio igual que militar en él. Aunque no hayamos pasado hambre, quién no la tiene grabada en su ADN, como recuerdo indeleble de hambres pasadas y cercanas. Y el hambre, cuando estamos en la militancia, se nos manifiesta de modo directo, al ver cómo se devora la comida, o no se nos manifiesta, porque se combate a costa de prescindir de ropa o de gas. Y en la militancia estamos también en este caso para, al dar de comer, contribuir a paliar las otras carencias.En la consecución del alimento intervienen mil circunstancias cuya gestión, global y local, es complicadísima porque los intereses económicos fríos y despiadados acaban por dominarlo todo, además de cómo se manifieste la naturaleza en cada lugar. Están las fuentes de energía, la propiedad de la tierra y de los animales, los grupos de presión nacionales, los derechos de los trabajadores, las grandes distribuidoras, los excedentes, los climas ásperos y las tierras yermas, la producción masiva, los aranceles, y más.
Desde hace no tantos años, la reivindicación y el activismo por la comida llamada «ecológica», «orgánica» o «natural» crecen, así como el rechazo a determinados tipos de grasas o de compuestos de los alimentos, reivindicación y rechazo que van unidos a la preocupación por el medio ambiente y a los derechos de las personas que transforman las materias primas para que se conviertan en algo comestible.
Parece ser que es más saludable un determinado tipo de magdalena que la de más allá. También es mucho más cara. Y ya sabemos, si las cosas son caras, quiénes pueden acceder a ellas y a quiénes les están vedadas.
La pobreza energética se manifiesta de modo crudísimo en esta crisis no buscada por quien no puede poner la calefacción. Y la falta de energía en el hogar puede impedir cocinar. O cocinar unos pocos minutos cada día. Y los alimentos ya cocinados también son caros. Y también dicen que algunos perniciosos para la salud.
Y el pescado y el filete de ternera a la plancha son carísimos y las verduras frescas y la fruta. Y las legumbres son muy saludables, pero son duras y para reducirlas a alimento comestible tiene que estar la pota mucho tiempo en el fuego. Y la pasta, en cambio, necesita diez minutos y llena mucho. Y puedes por poco dinero comprar un paquete de magdalenas a granel en una gran superficie y tener la energía suficiente por la mañana para afrontar cinco horas de clase o comer las magdalenas por la noche e ir a la cama con el estómago lleno.
En los años de bonanza, a España, huyendo del hambre, otra vez más, vinieron gentes de países menos ricos que el nuestro y se instalaron aquí y trabajaron y la crisis les volvió la cara del revés y regresaron a casa o se quedaron y se quedaron sin trabajo y los ingresos se mermaron y muchas de las personas inmigrantes no tienen la red familiar y de amistades que sí tenemos quienes aquí hemos nacido.
No hay objetivo político más noble que la lucha contra el hambre ni privilegio igual que militar en él. En Oviedo, al lado de donde nació la ciudad, un grupo de personas lo hacemos día a día, como iniciativa ciudadana no institucionalizada, sin pedir papeles a quienes por allí se acercan, sin preguntar los motivos, sin exigir certificaciones de nada, sin fijarnos en colores de piel, formas de vestir o partidas de nacimiento. Sabiendo, por conocer nuestro ADN, que el mayor problema de salud es no comer.
En Oviedo, los hay, también, que recogen alimentos solo para españoles.
El presidente de la Comunidad de Madrid dice que el mayor riesgo de salud de las criaturas que allí viven es el sobrepeso.

Asturias24 – 17 de diciembre de 2014.