No soporto el paternalismo. Hay pocos comportamientos tan humilladores, tan condescendientes, tan perdonavidas, tan jerarquizadores. El gobernante paternalista consigue gobernados paniaguados, estómagos agradecidos acríticos. Allá quien prefiera unas migajas graciosas antes que un trato ajustado a la norma democráticamente formada.
Allá quien, aun inconscientemente, añore el todo para el pueblo, pero sin el pueblo.
No me convence el canto constante que en nuestros tiempos se hace a la empatía. Desconfío algo de la palabra y bastante de muchos de los discursos que la encierran, plagados de referencias que apelan a objetivos vitales facilones, que persiguen la felicidad sin contrapartidas, la felicidad pretendidamente plena y vacía de toda consistencia.
Prefiero la compasión a la empatía, desconfío menos de ella. Me resulta calidísimo el verbo «compadecer», formalmente tan transparente, «padecer con». No la compasión paternalista, de nuevo; no la falsa compasión que dura apenas un segundo para tener la conciencia tranquila, la limosna a la puerta de la iglesia, compasión hebdomadaria y dominical.
No el capitalismo compasivo de George W. Bush, política despiadada con la parte frágil de la sociedad, a la que se le destinan las migajas de la caridad estatal.
La compasión de padecer con, de la mano, con normas justas aplicadas justamente, la compasión del gobernante alejada del paternalismo, pero que sabe quien gobierna de qué lado ha de estar, quien gobierna y quien nos representa por mandato soberano, que no súbdito, democrático.
Por esto, esta legislatura, estos años del Gobierno de Mariano Rajoy, marcados por la corrupción y la estafa llamada «crisis», deberían recordarse definitivamente por el «que se jodan» de Andrea Fabra, hija ella misma de la corrupción en estado puro; por ser la obesidad el principal problema de salud pública de la infancia madrileña, según el desahuciado políticamente presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, ante la petición de apertura de los comedores escolares en vacaciones, para que niños y niñas hagan, al menos, una comida caliente al día, quizá una comida, sin el adjetivo «caliente», el del ático en una horterísima urbanización malagueña del gusto de la mafia rusa, el que se reúne con mandos policiales para hablar de empresas pantalla; por la chulería elitista de Rafael Hernando, portavoz del grupo popular en el Congreso, al hablar, por ejemplo, de las familias con miembros en las fosas comunes de la Guerra Civil, otra vez una palabra transparente, el que porta la voz, la voz de quién.
El último episodio, el del ministro de Defensa en el Congreso, con la comandante Zaida Cantera en la tribuna, sin una alusión personal, sin una palabra de apoyo, más allá del discurso leído que cualquier papagayo puede repetir, teniendo a mano los asesores que aporten los datos, mandando callar con el dedo, olvidándose de las palabras vigentísimas de Quevedo: «No he de callar por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo…».
El ministro, jaleado por el grupo parlamentario del que se jodan, cuya voz la porta un representante canónico de quienes se creen que viven para siempre en el país de las personas salvadas, en los guetos exquisitos de quienes son incapaces de padecer con.

Asturias24 – 18 de marzo de 2015.