La realidad siempre ha sido agitada, de acá para allá en el viaje hipnótico del péndulo, en unos tiempos y en otros, imagino, pero, como estos son los nuestros y parece que estamos asistiendo a eso que llaman un cambio de paradigma y que yo no sé muy bien qué es, los vivimos como especialmente intensos, ya que, a poco que pasemos el dedo por la dúctil superficie de lo que nos rodea y lo hundamos algo, como se hunde el dedo en la nata, por ejemplo, antes de llevárnoslo a la boca, o en el chocolate, anestésicamente insensibles seríamos si la realidad no tirara de nuestro dedo para hacernos pasar al otro lado del espejo y mancharnos definitivamente con la nata, con el chocolate o con el agua sucia de los charcos que pisamos.
La realidad es un péndulo que nos ha llevado esta semana a recibir un donativo generosísimo de la parroquia de un chigre centenario de Oviedo de El Paláis, Casa Domitila, no frecuentado, precisamente, por los Blesas que circulan por ahí, donativo destinado a nuestros desayunos, promovido por un cliente que, al enterarse de lo que hacíamos en Paraíso y al grito de guerra de «¿qué ye, ho?», organizó una hucha que ahora nos viene devuelta en forma de leche, de cereales y de crema de chocolate, en la que seguiremos hundiendo el dedo, aunque sea, por los idiotas tabús de la edad, a escondidas.
La realidad es un péndulo que me ha llevado esta semana a escuchar en un bar a un conocido empresario hablar sin disimulo alguno con una distancia sobrada de chulería de la terrible noticia del cierre de la Coca-Cola de Colloto, fábrica que forma parte del paisaje del centro de Asturias y que va a dejar en la calle a 144 personas, así, de golpe.
Esto sí que es la chispa de la vida. Esto sí que es el desprecio de quienes creen que habitan el País de las Personas Salvadas.
La realidad es un péndulo que hace que en nuestros desayunos, en los de todos los días y en los del reparto, tengamos que aprender tan rápido tantas cosas, de orden práctico y de todo orden, que el péndulo dentro del péndulo nos lleva a prever acopio de alimentos para una semana y para un número indeterminado de familias para, acto seguido, darnos cuenta de que cómo se te ocurre ofrecer jamón a una familia musulmana.
Y ese péndulo, en fin, que hace que siempre estemos en el mismo sitio, paradójicamente, nos ha llevado a llorar la muerte de un anciano de 94 años con un banjo, porque todo este péndulo, que pensamos, al principio del comentario, que es de ahora, siempre ha sido, sabemos al final del comentario: no hay más que escuchar al anciano de 94 años con un banjo.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 31 de enero de 2014.