La sombra de Virginia Woolf sigue siendo alargada. La vigencia de la escritora londinense parece incuestionable y su obra sigue reeditándose, con más intensidad a partir del año 2011, cuando se cumplieron 70 años de su suicidio, ahogada en las aguas del río Ouse.
Además de la reconocidísima calidad de su literatura, renovadora en su momento, de la que forman parte algunas de las novelas más fascinantes del siglo XX escritas en lengua inglesa, ese manifiesto queer avant-la-lettre que es Orlando, una suerte de autobiografía de Vita Sackville-West (con la que Virginia mantuvo una «relación romántica»), que la autora consideró un divertimento entre novela y novela serias, o el regalo de Clarissa Dalloway y el infinito sufrimiento del soldado Maximus, Woolf re-crea de manera potentísima la imagen de la necesaria independencia económica de las mujeres, que, como bien sabemos, es la madre de todas las independencias, en la magnífica edición de la adaptación de dos conferencias dictadas en 1928 sobre mujer y novela, Una habitación propia o Un cuarto propio (A room of one’s own), según prefiera quien haga la traducción, y donde aprendemos, de paso, qué ocurrió con la hermana de Shakespeare.

by GisËle Freund, colour print, 1939

Virginia y Leonard Woolf

Virginia fue editora, también, junto a su marido, Leonard Woolf. Fundaron la mítica The Hogarth Press, en la que, además de la propia obra de Woolf (con las cubiertas diseñadas por la pintora Vanessa Bell, la queridísima hermana de la escritora), se publicó, por ejemplo, por primera vez, La tierra baldía, de T. S. Eliot, amigo del matrimonio; o la obra del poeta Cecil Day-Lewis (padre, a la sazón, del actor Daniel Day-Lewis); y se convirtió, además, en la editorial británica de referencia en lo que a literatura psicoanalítica se refiere, publicando, claro, a Freud. Como editora, por qué no decirlo, Virginia Woolf tiene en su haber el rechazo del manuscrito del Ulises, que consideró una obra fallida.
La sombra de Virginia Woolf sigue siendo, pues, alargada, por su producción intelectual y por su pertenencia, como figura central y fundacional, al Grupo de Bloomsbury, a mitad de camino entre lo intelectual, también, y entre lo personal, grupo formado por hombres y mujeres con mucho peso en la vida cultural y política del Reino Unido de la primera mitad del siglo XX, cuya influencia en algún caso continúa aun ahora: aparte de la propia vigencia de Woolf, miembro activo de Bloomsbury y compañero de piso en el barrio fue John Maynard Keynes.
Bloomsbury estaba formado por personas cultísimas, inteligentes, irritantes, elitistas, caprichosas, desquiciadas libertinas y esnobs. No debieron ser mala cosa esas reuniones, los jueves de Bloomsbury, nacidos en el 46 de Gordon Square, en el barrio londinense que dio nombre al grupo, nada elegante por aquel entonces, donde Thoby, Vanessa, Virginia y Adrian Stephen se mudaron desde el elegante Kensington tras el fallecimiento de su padre, para alejarse de la sombra de la muerte, de la oscuridad y del dolor del 22 de Hyde Park Gate, casa en la que habían nacido y vivido hasta entonces. Bloomsbury nace con las reuniones de los jueves, en las que participan los amigos de Thoby compañeros en la Universidad de Cambridge. Reuniones escandalosas, para algunas mentes bienpensantes, ya que, según su parecer, resultaban orgías en las que se practicaba todo tipo de conductas depravadas.
Y la sombra de Woolf es alargada y provoca fascinación por la propia biografía de la escritora.
Por su relación nada convencional con su marido, por sus «relaciones románticas», en expresión al modo antiguo, con otras mujeres. Por la dependencia mutua de Virgnia y Vanessa, adoradísimas hermanas. Por su permanente sufrimiento, por sus depresiones, por los pájaros que cantaban en griego dentro de su cabeza, por sus intentos de suicidio, por su suicidio en las aguas del río Ouse, tras llenarse de piedras los bolsillos de su abrigo. Y por su carta de despedida a Leonard:

«Dearest:
I feel certain I am going mad again. (…) I begin to hear voices, and I can’t concentrate. (…) You have given me the greatest possible happiness. You have been in every way all that anyone could be. I don’t think two people could have been happier till this terrible disease came. I can’t fight any longer. (…) What I want to say is I owe all the happiness of my life to you. (…) Everything has gone from me but the certainty of your goodness. I can’t go on spoiling your life any longer. I don’t think two people could have been happier tan we have been».

«Querido:
Estoy convencida de que me estoy volviendo loca otra vez. (…) Comienzo a escuchar voces y no me puedo concentrar. (…) Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido todo lo que alguien podría haber sido. No creo que dos personas pudiesen haber sido más felices hasta la llegada de esta terrible enfermedad. No puedo seguir luchando durante más tiempo. (…) Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. (…) Lo he perdido todo menos la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida más tiempo. No creo que dos personas puedan haber sido tan felices como lo hemos sido nosotros».

Neville – 9 de septiembre de 2013.