Las zonas de prado cerca de las ciudades huelen mal y provocan cierta sensación de repulsión. Es una mezcla de campo y ciudad sucia, sin el encanto de uno ni las ventajas de otra, donde se mezclan maleza, charcos, ratas, excrementos, condones y jeringuillas. Y todo eso junto es desagradable y huele mal.
Hay vidas que son como estas zonas mixtas, como estos lugares que no dejan de ser patios traseros de las ciudades o campo comido por la obra civil. Hay vidas en las que se mezclan maleza, charcos, ratas, excrementos, condones y jeringuillas. Y todo eso junto es desagradable y huele mal.
Pero cómo se llega hasta ahí, en urbanismo tiene explicación sencilla. Y en conocimiento del alma humana, que nos ofrece el caleidoscopio de la biología, la antropología, la psicología, la medicina, la economía, la sociología, la historia, la política…, quizá tenga una explicación más sencilla de la que se nos representa a quienes, al menos, de momento, estamos fuera de esa mezcla de maleza, charcos, ratas, excrementos, condones y jeringuillas. Quizá ciertos comportamientos terribles respondan también aquí a algo banal, a otro tipo de banalidad del mal diferente a la que definió Hannah Arendt, porque aquí no hablamos de acciones espantosas cometidas bajo el paraguas del frío cumplimiento de órdenes de burócratas, sino de acciones crudelísimas que imagino que se explicarán por la ausencia de referentes morales, por no ser capaz de alcanzarlos o por haberlos perdido en el transcurso de una vida entre las hierbas malas.
Cómo concebir el cadáver de un cuerpín de dos años envuelto en una chilaba, abandonado en una maleta, en una de esas zonas mixtas que huelen mal, descubierto por unos trabajadores como tantos. Un cuerpín torturado. Cuánto sufrimiento hay tras esos pocos kilos de peso inertes, cuántas lágrimas, cuánta incomprensión. Cómo no considerar a quien asesina de ese modo alguien monstruoso. Pero cómo no, por qué no, tratar de saber qué ha habido detrás de ese pequeño agotado. Qué vidas, una madre muy joven marroquí en España, quién es el padre del niño. Un hombre violento, palizas brutales, huida, embarazo, prostitución, pensiones cutres, drogas, dicen que hubo. Y, antes, gritos, peleas y todo lo anterior. Y, en medio, un cuerpín roto.
Y cómo tras el horror buscamos consuelo en la belleza de alguna canción para huir de la mezcla de maleza, charcos, ratas, excrementos, condones y jeringuillas. O en un paisaje evidentemente rural o urbano puro, purísimo. Para huir de esa mezcla. Para sentirnos a salvo. Para no pensar si el mal es banal o es complejo. Para, por un instante, desear anestesiarnos con el perfume más delicado.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 14 de noviembre de 2014.