No me gustan las versiones que de Leonard Cohen hace Nick Cave. Amo a Leonard Cohen por encima de todas las cosas, pero no lo tengo por inviolable y escucho con interés y muchas veces con placer las versiones que se hacen de sus canciones.
Excepto la enésima versión que del «Hallelujah» haya hecho una joven aspirante a ganadora de reality musical televisivo con aspiraciones de trascendencia en el cantar.
En fin, no me gustan las versiones que de Leonard Cohen hace Nick Cave, demasiado oscuras, y, sí, también las letras de Cohen están plagadas de oscuridad y de desaliento, sin disimulo detrás de lirismo, ventanas, gitanos, Dios, cuchillas y besos profundos, pero Cave despoja esas canciones de toda su armadura sin lograr hacerlas suyas.
Y por eso creí que nunca iba a acceder a Cave, porque todo lo dicho anteriormente podría haber sido producto de lo ininteligible.
Conozco a gente de cuyo criterio musical me fío mucho a la que le gusta Cave. Y conozco a gente que, además, lo venera.
A la gente de cuyo criterio musical me fío la persigo con persistencia como se persigue a la presa, con la guía del olfato. Y son estas las personas de las que más aprendo, con cuyo criterio ensanchan mi conocimiento del mundo, aunque duela tantas veces, y en sus canciones busco la clave de la palabra y del lenguaje rítmico. Escucho ahora, escucho más tarde, no escucho nunca, son demasiados sonidos para la vida tan corta y tan llena de ruidos que impiden a veces el paso a la música, pero escucho, sus conocimientos, sus bandas sonoras y la música y la letra que estas encierran, con la guía del olfato.
Con la música pasa como con otras disciplinas. A veces, alcanzamos el conocimiento yendo al texto árido, otras veces, necesitamos el texto iluminado para desbrozarnos el acceso, para regarnos y que la aridez se convierta en terreno fértil.
Y no quería que Cave me venciera o me vencieran los prejuicios, pues hay personas de cuyo criterio musical me fío plenamente rendidas admiradoras del australiano. Y acudí a Jorge Alonso, músico, escritor, editor de Gijón, expertísimo en Nick Cave, que acaba de publicar el libro Compartiendo las semillas, que profesa en la religión de modo íntegro, pues la investiga, la escribe y la canta, y acudí a la banda que le rinde homenaje, formada por primeras espadas de la música asturiana, y ahí se corrió el velo, y al hombre que hace versiones de Leonard Cohen que no ha logrado que sean suyas le hacen versiones en una sala de Gijón que consiguen iluminar el acceso a una compleja obra de años repletísima de historias y logran ponerme delante de un camino tan sinuoso y oscuro, pero tan atractivo como el que da acceso a Manderley.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 16 de enero de 2015.