Las ciudades están llenas de templos. Al menos, hay unos cuantos. Religiosos, muchos, según el culto que se profese, con sus cúpulas, sus iconos, sus murales, sus ritos. Templos que rompen el cielo, cruzan la frontera con la Tierra, y los que se refugian en locales vulgares sin mostrar hacia fuera la presencia de la luz divina. Casas de Dios que a menudo cobijan la historia de un pueblo interpretada por artistas artesanos que fabrican estilos que nos sirven como herramienta para entender nuestro recorrido en el tiempo. A veces, el espectáculo imponente de un retablo o de una caja primorosamente labrada y adornada queda sepultado ante el detalle delicadísimo del apóstol que necesitó ver para creer, el apóstol más racionalmente escéptico, ese Tomás al que en la Cámara Santa de la catedral de Oviedo pusieron zafiros como ojos para señalar esa mirada incrédula.
También hay templos paganos en las ciudades, imprescindibles para vivir en ellas distinguiéndolas de las otras.
Hay templos ferreterías, librerías, colmados, mercerías, parques como templos al aire libre, y bares. Bares que sobreviven en el transcurso de los años, aunque esos años sean pocos, pero que sobreviven también siendo muchos y que nos acogen cuando salimos para hablar, para el amor, para la amistad, para el trabajo. Y para la soledad, buscada u obligada. Bares que siguen en la brecha de la música en directo, a pesar de la crisis, para darle esquinazo, y a pesar de la carencia de una regulación que, de una vez por todas, libre la música en vivo de zozobras, avatares y decisiones municipales al calor de procesos electorales. La música en directo distinta en cada recinto y necesaria en todos. Pero es imprescindible en los bares, en los pequeños escenarios, con el ruido de fondo de la cerveza al servirse. Bares de los que salieron los Beatles o los Stones, bares que son como los entrañables y durísimos y embarrados campos de fútbol de tercera, que sirven de terreno de entrenamiento para el banquillo de las guitarras, bares que son como las salitas de casa, en que no hace falta manta porque la sentimos en las rodillas nada más sentarnos, que sirven de necesario modo de vida para el curtido maestro del rock.
Se puede, se debe hacer compatible la música en directo en los bares con la vida cotidiana de la ciudad. Con buena voluntad, sentido común, cesiones de cada parte, ganas de vivir fuera del cementerio, se puede convivir con el silencio y con el acorde, con el reposo y con el rasgueo de la guitarra, que nos pone la carne de gallina, con la armónica de Alberto y García, que nos eleva tres pies del suelo, imagino que así será la levitación mística.
Hay templos, sí, que son bares, por los que pasa el tiempo y quienes recordamos cuándo nacieron nos damos cuenta de por qué estamos ya en la edad de la presbicia; hay templos cuyas paredes están llenas de imaginería; hay templos en que se honra a los dioses entonando sus himnos; hay bares donde ir en compañía o en soledad sonora. Que luchan denodadamente por seguir adelante.
Hay templos que son bares que son compromiso que dan el refugio que Mick Jagger lleva pidiendo desde hace más de cuarenta años que entienden perfectamente que en los desayunos gratuitos que un grupo de gente en Oviedo ofrecemos cada mañana antes del colegio para niños y niñas y en que desayunamos haciendo barrio, que es lo mismo que hacer ciudad, sin pedir certificados de ninguna cosa, y en que desayunamos con música y donde lo primero que nos dicen, antes de las tazas y del lavavajillas y del lugar para almacenar, antes de nada, nos hablan de música, de cómo poner la música, porque saben que su supervivencia y la de los desayunos y la nuestra pasa por la música.
El Ca Beleño, templo ovetense, acogerá los desayunos de la página ¿Pero quién dice que en Oviedo no hay nada? a partir del 2 de febrero. Frankie y Blanca nos ceden su local, de modo incondicional, por la mañana para desayunar.

Asturias24 – 21 de enero de 2015.