Asturias es una región montañosa y marina y apretada, de ahí su belleza. Hay lugares más agrestes, más altos, más extremos, más estremecedores, pero Asturias tiene la orografía y la ubicación física para seguir asombrándonos cuando la vemos, por ejemplo, nevada, como ha nevado estos días, en la montaña y en el mar, la nieve deslumbrante que siguió salpicada por el carbón en el Parlamento asturiano.
El mar y el carbón en Asturias tienen una relación amorosa intensa e irrompible y los vemos, a poco que sepamos mirar, de aquí, también, a la eternidad, hacer el amor en la orilla, tan unidos como Burt Lancaster y Deborah Kerr.
El mar y la montaña y la nieve y la salida hacia la Meseta. Y la incomunicación hacia el centro de España, porque la nieve es la nieve y los árboles y las piedras y los aludes y los aludes en seco de nieve, los argayos, y hay que salir atravesando alguna de las muchas heridas hechas a la montaña a golpe de pico, pala, dinamita y motores.
La montaña, con la herida abierta para siempre, por la que asoman el hueso y el músculo y el agua como sangre corriendo por la vena del río, decide plantarse y nos cierra el paso, con un grito horrísono, para recordarnos que, herida, puede dominarnos en la nevada.
Y, aunque parezca imposible, los debates eternos en este Parlamento acaban resolviéndose, a pesar de llevar años hablando sobre lo mismo, y las vías de comunicación acaban resolviéndose, y tenemos autovía del Cantábrico y Corigos-Cabañaquinta y túnel de Rañadoiro, que también huele a carbón.
Y tendremos variante ferroviaria de Pajares. Y se nos olvidará su génesis, que quedará para tertulias de políticos viejos y debates extemporáneos.
Y, mientras tanto, la montaña se ha plantado y recuerdo la anécdota, que me han contado, de un delegado del Gobierno, quizá, en un temporal, que se propuso conseguir que el puerto de Pajares no se cerraba, que es la salida natural por carretera a la Meseta pública en su tránsito, y no largamente privatizada en su concesión por un ministro que pretendió ser Jovellanos  y se quedó en su parodia, el ilustrado gijonés, tan preocupado por nuestras comunicaciones. Y que Pajares no se cerraba por un empeño casi totémico.
Ese Pajares, donde sus habitantes se tiraban a las ruedas de los coches, para poner las cadenas a los inexpertos transeúntes, cuando, nevado, se pretendía su paso.
Y Pajares no se cerró, pero ahora sí se ha cerrado la vieja vía del tren, durante un tiempo que nadie recuerda, pero hemos recordado el aislamiento en que nos gusta recrearnos y nos ha negado el paso al tren, mientras seguimos mirando al mar, que se une con el carbón en la orilla del puerto de El Musel.

Asturias24 – 11 de febrero de 2015.