Quiero hablar, otra vez, de lo de tantas veces, del latrocinio de la crisis, del empobrecimiento económico, que trae, tan a menudo, empobrecimiento moral, de las dificultades para acceder a lo básico y es cuando lo otro se pospone, se aplaza, vendrán tiempos mejores.
Del escandaloso veintiuno por ciento cultural, tan pernicioso, tan lacerante. De pagar por consumir industrias que nos hacen felices, como dice el propietario de la tienda de vinilos de Oviedo Alta Fidelidad, Alberto Izquierdo, sabio de su oficio. De la prohibición de la música en directo en los bares, tan antigua su práctica y tan imprescindible, para los trabajadores de la canción y para quienes nos aferramos a ella para ir tirando.
De la participación en lo común, en un garito pequeño con una chica con una guitarra sin enchufar a Leonard Cohen actuando en Las Vegas, es lo mismo. Exactamente lo mismo. El garito y el escenario fastuoso forman parte de la misma sincronía.
Quiero hablar de las canciones, de esos pequeños textos envueltos en notas, en armonías, en acordes, envueltos para que las letras vayan diseminándose con ese abrigo, vayan esparciéndose para que las escuchemos.
Quiero hablar de las canciones porque vivimos después de ellas. Las canciones no cuentan lo que nos pasa, las canciones cuentan lo que nos pasa porque nos pasa lo que cuentan las canciones, las obedecemos, estamos después de ellas, las obedecemos sin poder hacer otra cosa, y la música son los hilos que mueven la marioneta que somos y que nos hacen bailar.
Y, como las obedecemos, temblamos. Porque las canciones que hablan del temblor hacen que temblemos. Y hay una poética del temblor repleta de canciones que nos obligan a temblar y, obedientes, temblamos.
Y temblamos cuando sabemos que una de nuestras bandas, de nuestras adoradas bandas, una de las bandas que nos da canciones para saber lo que tenemos que hacer, sigue haciendo música. El veintiuno por ciento cultural, la crisis, las dificultades para la música en directo, la música que no se somete, la percusión y las cuerdas de la guitarra, que envuelven las letras que nos dictan lo que tenemos que hacer, un proyecto nuevo que necesita nuestra ayuda, por el veintiuno por ciento cultural, la crisis, las dificultades; que, aunque necesite ayuda, nos ayuda más, y tanto, porque hace que temblemos, porque forma parte de la poética del temblor, porque sus canciones lo dicen, porque somos marionetas sometidas a sus dictados y porque la banda asturiana Alberto & García, en la nueva etapa que comienza, tiene un trabajo que necesita nuestro mecenazgo para que podamos saber lo que tenemos que hacer, obedeciendo lo que las letras de Alberto nos digan, temblando, temblando por saber que las canciones están esperando que las ayudemos a salir, temblando porque las canciones lo dicen, temblando por volver a sentir el trallazo, el trallazo del deseo, el trallazo del deseo que se siente cuando está a un centímetro de las yemas de nuestros dedos lo que tanto tiempo llevamos esperando.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 12 de febrero de 2016.