El pasado 19 de octubre se celebró el Día Mundial contra el Cáncer de Mama y los días previos y ese mismo, por supuesto, casi todo se tiñó de rosa, que es el color que identifica el apoyo a las personas que padecen la enfermedad, mujeres, en su muy inmensa mayoría, y el de las muchas y variadas manifestaciones para recordar la dolencia. Todo se tiñó de rosa, lazos rosas reales y virtuales, fuentes de las que manaba agua rosa, gafas rosas, y sean bienvenidas las acciones que entran en el campo de lo que se conoce como «salud pública» o «medicina preventiva», para promover las revisiones ginecológicas periódicas, porque la detección precoz es importantísima para atenuar la tragedia de la enfermedad y que esta quizá llegue a curarse. Y si son efectivas estas campañas para no dejar de lado ni la visita médica ni tener una cierta y periódica alerta, en casa, bienvenidas sean las campañas.
Lo que ocurre es que, más allá de esta imprescindible labor preventiva, con motivo del día internacional y en más ocasiones con carreras, por ejemplo, siempre con el omnipresente rosa, ese color que en nuestra tradición más ñoña, si me permiten, se identifica con la feminidad, las niñas, de rosa, los niños, de azul, que pervive, las niñas, de rosa, los niños, de azul, más allá, como digo, de la imprescindible labor de prevención, tanta campaña rosa, muchas veces con fines comerciales con bastante descaro, tanto untarse de rosa en un gesto que no da más de sí muchas veces, tan poca exigencia real, tantas veces, para reclamar que no se recorte más en investigación, que se distribuyan mejor los recursos y se atienda con prioridad a lo que es prioritario, que no se actúe en el corto plazo; y para reclamar que no se abandone la sanidad pública, con privatizaciones encubiertas o a plena luz del día, que la sanidad pública nos iguala en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe; que se investigue para evitar, que se investigue para sanar, que se investigue para paliar, que se investigue para morir; que haya recursos públicos y universales para que a quien enferma se le atienda pronto, bien, con profesionalidad, con crudeza cuando la crudeza sea necesaria, con delicadeza y respeto, también; que no se escatime en personal sanitario, en toda su amplísima extensión de especialidades, no solo estrictamente médicas; que el personal investigador no tenga que estar mendigando dinero para poder avanzar otro curso más; digo, que a veces la campaña rosa queda en un gesto estético que aporta poco e invisibiliza realidades que también son cáncer de mama, pero que a veces la campaña rosa, protagonizada por hermosísimas mujeres fotografiadas bajo todos los filtros que ahora la fotografía nos proporciona, hermosísimas mujeres desnudas cubriendo recatadamente sus senos, con las manos o con grandes lazos rosas, de nuevo, en otra muestra del canto a «las cosas bonitas», sin más, tan acostumbrado en estos tiempos del canto constante tantas veces al valor supremo de la tontorrona felicidad, que están bien las cosas bonitas y las cosas feas y las cosas corrientes, pero las mujeres hermosísimas envueltas en grandes lazos rosas; el imperativo categórico, además, de que sé hermosa, todo lo que puedas, pero sonríe, muy importante, no te entristezcas, no te enfades, no te hundas, tienes una enfermedad que en el mejor de los casos se cura, probablemente, tras pasar por tratamientos durísimos y amputación y reconstrucciones, fallidas tantas veces; en el peor, te mata directamente o tras metástasis; pasando por estadios intermedios y diversos; tienes que enfrentarte a eso, tú, mujer, con una espléndida sonrisa y con buen ánimo, porque si no tendrás una parte importante de culpa en el fracaso del tratamiento, que no es fracaso del tratamiento, sino mordisco implacable de la enfermedad, que a veces no se detiene, aunque sea atacada con potentísimo armamento atómico…; esas campañas rosas, incluso las que estéticamente muestran pechos femeninos planos atravesados por cicatrices, que también se nos muestran así con el velo de lo estético, con pretensiones tramposas de crudeza; esas campañas rosas que tantas veces olvidan y ocultan a mujeres que están mal, que tienen unas perspectivas casi nulas de curación, que se entristecen, que lloran de pánico, de dolor, de rabia, que se rebelan sin poder hacer nada, que no encuentran belleza en su enfermedad, que no sienten la vida en rosa…
Asturias24 – 28 de octubre de 2015.