Imagino a la audiencia enterada ya de lo que le ha ocurrido al periodista Xuan Cándano, objeto de un descarado acoso y derribo por haber tenido la osadía de publicar en una revista que dirige  una información acerca del sindicato UGT que parece que no hizo gracia en su cúpula.
Ya hablé en un comentario de hace unos meses de la censura por el episodio ocurrido en Gijón tras unas declaraciones del cantante Albert Pla, que a nadie obliga a compartir ni, mucho menos, a acudir a sus espectáculos si su opinión acerca de la procedencia de cada cual o su música no nos interesan nada.
El caso de Xuan Cándano no es estrictamente un caso de censura, pero sí un aviso para navegantes, para que, a partir de ahora, practiquemos el noble y castrante arte de la autocensura, no vayamos a quedar fuera de la foto, no vayamos a quedar fuera del trabajo, no vayamos a  quedar fuera.
Y es que la autocensura es la peor de las censuras porque para haber autocensura tiene que haber censura antes, directa o indirecta. Porque la censura se puede ejercer prohibiendo o se puede ejercer exigiendo, pidiendo explicaciones, vigilando al modo de Orwell y amenazando con la negritud del abismo si una no se ajusta al canon que el colectivo de turno escribe a sangre y fuego.
Porque igual que hay otros micros, también hay microcensuras, no tan evidentes, en principio, como la prohibición directa, pero esas microcensuras son eficacísimas para la autocensura. Esas advertencias, más o menos sutiles; esas peticiones de explicaciones, más o menos veladas; esas recriminaciones, más o menos eufemísticas. Esa mano en el cuello que ahoga, esa corrección política que hace que no hablemos dos palabras sin ofender a alguien, sin que nos dejemos de dar golpes de pecho por si acaso hemos faltado al respeto y a la dignidad de todo bicho viviente. O, por el contrario, que seamos culpables de lesa omisión, de no habernos manifestado, cuando se nos dicta o en todo momento, contra el terrorismo, contra la caza de ballenas, contra la tragedia de los territorios ocupados o contra la misoginia de la RAE. Y parece que debemos llevar en la pechera todas las chapas reivindicativas habidas y por haber, para demostrar que estamos en estado de permanente indignación.
Y eso puede llevar a la autocensura, aun la autocensura inconsciente, tremebunda, que demuestra hasta qué punto fue eficaz la censura previa. Y si queremos estar con la sociedad o si queremos estar con la sociedad en privado hay que quitarse de un manotazo censuras y enfrentar con nuestra mirada libre (ya, ya sé, la libertad) las miradas torvas e inquisidoras. Porque solo libres de censuras y autocensuras serviremos a lo que nos rodea y lo que hagamos ganará en calidad, seguro.
A mí una vez me recriminaron la última frase de «Chelsea Hotel»…

La ventana de Asturias – Cadena SER – 14 de febrero de 2014.