Qué frío en mayo en un día de sol y algo ya de calor, qué frío en Oviedo, cuando anteayer nos enteramos de que un hombre joven murió tras ser desahuciado, que colapsó tras ser desahuciado y estaba custodiado por la policía.
Oviedo, al fin, por qué no le iba a tocar, se bautizó en la muerte por desahucio, aunque quién sabe que otras muertes ocultas y derivadas habrá tenido Oviedo a causa de otros desahucios o a causa del terror al desahucio o a causa de librar el desahucio por vivir en la infravivienda o muy cerca.
Qué frío y qué fea se volvió la ciudad, tan fea como cuando, hace unas semanas, un bombero se murió en el colapso de un edificio en llamas y sus compañeros nos hicieron ver que el sistema para apagar fuegos está estéril en gran parte, y es cuando mi ciudad adorada, tan hermosa tantas veces, cuando conseguimos unas botas para una nena que va en zapatillas en invierno o cuando nos hacemos una confidencia en un bar sin sofisticación alguna al lado del Campillín o cuando sorteamos caracoles a la luz de la luna llena, tan hermosa tantas veces, es cuando se vuelve fea, horrorosa, y es cuando los corazones de oro de Neil Young se alejan y desaparecen, tantos corazones de oro, es cuando se alejan y es cuando hay que cruzar el océano para ir a buscarlos, solo cuando la ciudad es fea, cuando es hermosa están aquí, ofreciendo botas del número 32 forradas de pelo y observando caracoles, pero cuando la ciudad se vuelve fea y un hombre joven no sobrevive a su desahucio, en una casa de las bonitas de Oviedo, de las bonitas de las ciudades, algo antiguas ya, con grandes puertas en los portales, esas casas viejas y bonitas que pueden habitar grandes desasosiegos, cuando la ciudad se vuelve fea los corazones de oro se largan y un hombre de 30 años, bailarín, se resiste y se muere.
Hay que reconstruirse en la búsqueda de la hermosura sabiendo que hay un trabajador menos al servicio de Oviedo, que un edificio incendiado se llevó como sacrificio, y que hay un hombre joven menos, nacido lejos, pero que atravesó el océano para vivir aquí, tratando de buscar su propia hermosa ciudad, que un desahucio se llevó como sacrificio, reconstruirse gritando, escuchando a Nacho Vegas, mostrando la miseria, compartiendo desayunos que ayuden a pagar la vivienda, repartiendo mantas que ayuden a olvidar unos segundos la infamia de la infravivienda, susurrando en un bar al lado del Campillín, sorteando caracoles con la luna encendida.
Oviedo, al fin, por qué no le iba a tocar, se bautizó en la muerte por desahucio, aunque quién sabe que otras muertes ocultas y derivadas habrá tenido Oviedo a causa de otros desahucios o a causa del terror al desahucio o a causa de librar el desahucio por vivir en la infravivienda o muy cerca.
Qué frío y qué fea se volvió la ciudad, tan fea como cuando, hace unas semanas, un bombero se murió en el colapso de un edificio en llamas y sus compañeros nos hicieron ver que el sistema para apagar fuegos está estéril en gran parte, y es cuando mi ciudad adorada, tan hermosa tantas veces, cuando conseguimos unas botas para una nena que va en zapatillas en invierno o cuando nos hacemos una confidencia en un bar sin sofisticación alguna al lado del Campillín o cuando sorteamos caracoles a la luz de la luna llena, tan hermosa tantas veces, es cuando se vuelve fea, horrorosa, y es cuando los corazones de oro de Neil Young se alejan y desaparecen, tantos corazones de oro, es cuando se alejan y es cuando hay que cruzar el océano para ir a buscarlos, solo cuando la ciudad es fea, cuando es hermosa están aquí, ofreciendo botas del número 32 forradas de pelo y observando caracoles, pero cuando la ciudad se vuelve fea y un hombre joven no sobrevive a su desahucio, en una casa de las bonitas de Oviedo, de las bonitas de las ciudades, algo antiguas ya, con grandes puertas en los portales, esas casas viejas y bonitas que pueden habitar grandes desasosiegos, cuando la ciudad se vuelve fea los corazones de oro se largan y un hombre de 30 años, bailarín, se resiste y se muere.
Hay que reconstruirse en la búsqueda de la hermosura sabiendo que hay un trabajador menos al servicio de Oviedo, que un edificio incendiado se llevó como sacrificio, y que hay un hombre joven menos, nacido lejos, pero que atravesó el océano para vivir aquí, tratando de buscar su propia hermosa ciudad, que un desahucio se llevó como sacrificio, reconstruirse gritando, escuchando a Nacho Vegas, mostrando la miseria, compartiendo desayunos que ayuden a pagar la vivienda, repartiendo mantas que ayuden a olvidar unos segundos la infamia de la infravivienda, susurrando en un bar al lado del Campillín, sorteando caracoles con la luna encendida.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 6 de mayo de 2016.