La semana pasada, la realidad nos dio una bofetada de la que tardaremos en recuperarnos, en forma de la mayor e irreversible expresión censora, el asesinato, cuando doce personas de la redacción del semanario satírico francés Charlie Hebdo fueron tiroteadas en nombre de la grandeza de Alá, en una acción perfectamente planeada, por haber osado la publicación tomarse a risa crítica el islam y sus representaciones.
Los fallecidos no eran formalmente periodistas, pero, como la gente de raza de la profesión, practicaban la radiografía de los acontecimientos de modo crítico, y aquí usando la sátira para reírse de lo que consideraban oportuno, usando su sagrado derecho, plasmado en el ADN francés desde su Revolución, a la libertad.
Al día siguiente del atentado, el 8 de enero, la red se llenó de noticias, referencias, contenidos referidos a este. Y, al mismo tiempo, saltó la noticia del fallecimiento repentino e inesperado del fotógrafo gijonés Joaquín Bilbao, que trabajó fundamentalmente en el diario El Comercio y que retrató mucho, pero no solo, al Sporting.
Y la red se llenó de dolor por su muerte y de alabanzas al profesional y a la persona. También, menos, pero textos acerca de las difíciles condiciones laborales que Bilbao padeció, de las que la gente que trabaja en los medios no se libra, como en tantos otros sectores en esta etapa que se alarga y se alarga de crisis y estafa que no cesan.
Hechos de naturaleza diferente, uno, la vida segada por el otro; otro, la vida segada en uno, pero que en el mismo plano de la pantalla de Facebook se sucedían sin transición y se relataban y se lloraban y se comentaban y una, que se asoma a los medios ahora también desde aquí, siendo muy consciente de lo que tiene que aprender y dispuesta a hacerlo y con las partes justas de atrevimiento y de humildad para militar de vez en cuando en este lado de la trinchera, una no puede menos que sentir un reconocimiento enorme a la profesión de contar con un texto, con un dibujo, con una foto, contar desde los medios de comunicación con la mayor osadía de que se sea capaz, con rigor, con calidad formal y con el mono puesto de artesano, contar la realidad, descubrírnosla, desvelárnosla, decapárnosla, picando en la veta, para poder seguir descubriendo la vida, la que está al lado, en el campo de fútbol del equipo de nuestros desvelos, la que está lejos, en una región de Asia Central, y la que, creyéndola lejos, porque siempre creemos que esas cosas les pasan a los otros, la tenemos pegadita, la que incuba el huevo de la serpiente, la que quiere seguir matando en nombre de Dios hasta conseguir sojuzgarnos. Y el fotógrafo que en moto recorría los campos de fútbol o las barricadas gijonesas y los que practicaban la sátira libre no hicieron otra cosa que trabajar para contarnos, para tener opinión, para traernos el mundo a casa plasmado en papel o en pantalla, para ser personas más informadas, en nuestro deber ciudadano de no mirar para otro lado, salvo cuando estemos durmiendo o besando.
Asturias24 – 14 de enero de 2015.