«Yera un guaje».
«Yera un guaje», escribe la periodista Aitana Castaño, langreana, de la cuenca del Nalón, de la última presa de la mina, Fernando Frade, de 26 años, él del concejo de Cangas del Narcea, de Carballo, del pueblo de la explotación en la que trabajaba.
Y, sí, era un guaje. Ahora, un chico de 26 años es muy joven, no es como antes, que a esa edad los chicos no eran chicos, eran señores. Pero, antes y ahora, eran y son hombres, hombres con vida, con fuerza, con necesidad de pan.
Antes y ahora son tiempos distintos, pero hay cosas que son las mismas. Lo han sido y lo serán, fatalmente. La aldea perdida en el funeral, la mina depredadora, la mina como Minotauro, que reclama su sacrificio, su hecatombe. La explosión, la dinamita o el grisú. Trabajar para comer. También son las mismas las fiestas del pueblo y las ganas de bailar. Y las orquestas. También en la Grecia de las hecatombes se bailaba en las fiestas del pueblo y se tocaba música.
Al final, es siempre lo mismo. Comer, beber, amar, escuchar música. Y trabajar para comer.
El carbón determina la vida de Asturias desde hace más de un siglo. Abrió en canal gran parte de su paisaje, construyó monstruos de metal, desangró sus entrañas, forjó la lucha obrera y calentó hogares, ahora están desapareciendo las últimas calderas de carbón en Oviedo. Dicen que contamina mucho. Dicen que calienta como ninguna otra cosa.
La minería también trajo otras cosas, ya saben, creó sus propias pesadillas, que aún no han finalizado, pero ahora no es el momento de hablar de ellas, de esas.
Es el momento de hablar de las otras pesadillas, que resultan salvajemente violadas por las anteriores. Es el momento de hablar de las explosiones, de los muertos, del silencio que envuelve la cuenca tras la explosión, de los cadáveres, de los entierros en las aldeas perdidas, de la espera a la salida del pozo, de las viudas y de los hijos y de las novias y de las madres y de los padres.
Es el momento de hablar de los cuerpos rotos por las explosiones, de los sacrificios que exige el carbón, a modo de hecatombes en forma no aquí de jóvenes doncellas. En forma de hombres, maduros y jóvenes.
Este era un guaje.
«Yera un guaje», escribe la periodista Aitana Castaño, langreana, de la cuenca del Nalón, de la última presa de la mina, Fernando Frade, de 26 años, él del concejo de Cangas del Narcea, de Carballo, del pueblo de la explotación en la que trabajaba.
Y, sí, era un guaje. Ahora, un chico de 26 años es muy joven, no es como antes, que a esa edad los chicos no eran chicos, eran señores. Pero, antes y ahora, eran y son hombres, hombres con vida, con fuerza, con necesidad de pan.
Antes y ahora son tiempos distintos, pero hay cosas que son las mismas. Lo han sido y lo serán, fatalmente. La aldea perdida en el funeral, la mina depredadora, la mina como Minotauro, que reclama su sacrificio, su hecatombe. La explosión, la dinamita o el grisú. Trabajar para comer. También son las mismas las fiestas del pueblo y las ganas de bailar. Y las orquestas. También en la Grecia de las hecatombes se bailaba en las fiestas del pueblo y se tocaba música.
Al final, es siempre lo mismo. Comer, beber, amar, escuchar música. Y trabajar para comer.
El carbón determina la vida de Asturias desde hace más de un siglo. Abrió en canal gran parte de su paisaje, construyó monstruos de metal, desangró sus entrañas, forjó la lucha obrera y calentó hogares, ahora están desapareciendo las últimas calderas de carbón en Oviedo. Dicen que contamina mucho. Dicen que calienta como ninguna otra cosa.
La minería también trajo otras cosas, ya saben, creó sus propias pesadillas, que aún no han finalizado, pero ahora no es el momento de hablar de ellas, de esas.
Es el momento de hablar de las otras pesadillas, que resultan salvajemente violadas por las anteriores. Es el momento de hablar de las explosiones, de los muertos, del silencio que envuelve la cuenca tras la explosión, de los cadáveres, de los entierros en las aldeas perdidas, de la espera a la salida del pozo, de las viudas y de los hijos y de las novias y de las madres y de los padres.
Es el momento de hablar de los cuerpos rotos por las explosiones, de los sacrificios que exige el carbón, a modo de hecatombes en forma no aquí de jóvenes doncellas. En forma de hombres, maduros y jóvenes.
Este era un guaje.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 29 de enero de 2016.