Albert Rivera dice que escuchar vinilos es obsoleto. Yo creo que no lo es, por la simple razón de que se hace, de que los platos, las agujas, los altavoces, los vinilos se fabrican y se venden porque hay personas que los compramos para escuchar vinilos.
Cada cual puede escuchar música como quiera o pueda. Lo importante es escuchar música. Para que la actividad económica que genera, imagino que este argumento le gustará a Albert Rivera, porque es un argumento muy importante, se mantenga, pero también porque la música debería incluirse en la agenda de las políticas de salud pública porque nos ahorra ansiolíticos y pastillas así.
Hace unos meses, estuve en Salamanca para ver a Dylan. Pasamos por casualidad delante de una tienda de vinilos y nos paramos delante del escaparate porque escuchamos esa voz tan reconocible que insistía «gotta serve somebody». «Es la etapa cristiana», me dijo Ángel, «»gotta serve somebody», dice». Hace unos días, volví a la tienda a buscar el vinilo, Slow Train Coming, porque el otro día le pregunté a la dueña si lo tenía porque lo había descubierto aquella mañana de marzo en que me dolía tanto la pierna, pero qué importaba, íbamos a ver a Dylan. «Qué memoria tienes», me dijo ella. Pero no venía a cuento que yo le contara a la señora mi vida, simplemente, sonreí.
«Shine your light on me», pide Bob Dylan al ángel adorado, «shine a light on you», pide Mick Jagger al buen Dios, para Brian Jones, una súplica que no sirvió para salvar, pero que nos dio una piedra preciosa en un álbum, Exile on Main St., cuyo vinilo me regalaron en un cumpleaños, con esa cubierta imprescindible, vinilo que reclamó mi atención cuando lo escuchaba de modo distraído, como una actividad secundaria, y no tuve más remedio que rendirme a esa catedral rock de misa negrísima y sublime.
Vuelvo sin el vinilo, no llegó a tiempo. Así puedo encargárselo a Alberto, en casa, en Oviedo, en Discos Alta Fidelidad. Me gusta decirle a Alberto que es my man, recordando, de modo inocente, el man de Harlem y Lou Reed. Alberto y Toni tienen un lugar de resistencia en la ciudad ante la uniformidad de las franquicias y de las grandes superficies y de Amazon, que es una maravillosa tienda de vinilos, Alta Fidelidad, a la que vamos a comprar, a charlar, a comprar regalos. Si les preguntas, quiero un regalo para alguien que escucha esto, saben qué darte, porque Alberto y Toni son sabios en la música y complementan sus saberes.
Alberto y Toni, además, nos prestan su tienda para presentar conciertos y para vender sus entradas. Y, así, entre vinilos, Sil Fernández canta a Janis Joplin, acompañada por Álvaro Bárcena, Wilón de Calle, Sergio Tutu y Sam Rodríguez. Canta la historia del hombre que canta blues, de las gentes nómadas, de Kris Kristofferson, que olvidó Janis Joplin en el hotel Chelsea para irse con Leonard Cohen, como se cuenta en el vinilo New Skin for the Old Ceremony, con una portada censurada en la pudorosa España oficial del último franquismo (los vinilos y la obsolescencia), que tapó con las alas el lugar donde los cuerpos se hacen uno, de los ángeles que hacen el amor en uno de los mejores álbumes nunca publicados.

Y ahí vamos, no sé si de modo anticuado o no, a comprar vinilos, a recoger los encargos o las recomendaciones, y a disfrutar con nervios de la cubierta, de la foto, de la ilustración, de la información, tomando un vermú en Lata de Zinc. A vender nuestras entradas para los conciertos, para ofrecer a Sil Fernández cantando a Janis Joplin, porque se me antoja imposible no enamorarse de Sil cuando canta «Me and Bobby McGee».
A mí me gusta escuchar vinilos cuando hago los sábados o los domingos por la mañana las cosas de casa. Si hace sol, abrir la ventana de la sala, que es un balconín, y dejar que la música vuele y se suba al tejado de la casona de Regla. A veces pasa Chet Baker.
Soy muy feliz escuchando vinilos, aunque sufra, sola. Fui muy feliz escuchando vinilos acompañada, en mi casa o en otras. Me hice y me hago mejor. Sé más cosas, muchas más. En ese gesto de la aguja cabalgando, de a veces crepitar al prender la hoguera, ese gesto de subir el vinilo a la altura de la boca y soplar para que se vaya el polvo, la emoción de colocar en mi estantería, por primera vez, un vinilo de la autoridad ganada por unas canciones deslumbrantes, un vinilo, cielos, de Neil Young.
Mi hermana es más joven que yo, pero fue y es una hermana mayor para mí. Ella, hace muchos años, trajo a casa el Songs of Leonard Cohen en vinilo. Desde entonces, Leonard Cohen, vivo con usted, con sus vinilos, con sus cubiertas y sus canciones, con su compañía de maestro, imprescindible para saber qué hacer. Vivo con mi amor hacia usted, amor que es necesidad, como siempre en el amor, de las canciones, de la gente sabia en la música, de las ciudades en que hay tiendas de vinilos, para sacarlos de la funda y, a la altura de la boca, soplar, para que se quite el polvo.