Ayer, se cumplieron los 90 años de Miles Davis.
Miles Davis y Juliette Gréco se enamoraron en el París de los cincuenta del siglo pasado, bohemio, chic y existencialista. Arrebatador y, como en Clinton Street del Nueva York donde deambula el raído hombre del impermeable azul, con música que suena toda la noche, arrebatador París lleno de música durante toda la noche en los cincuenta del siglo pasado, en los sótanos de la orilla izquierda y en los teatros de la orilla derecha.
Miles Davis y Juliette Gréco fueron una pareja con un atractivo infinito: jóvenes, con belleza, con talento enorme, con carisma, con triunfo. Y, además, una pareja escandalosa, en una sociedad de casi posguerra y metrópoli más llena de prejuicios de lo que parecía querer aparentar, pareja de escándalo por ser ella blanca y él negro.
La música sonaba toda la noche, como en Clinton Street, en Nueva York, haciendo banda sonora al triángulo escaleno de Leonard Cohen, Jane y el raído hombre del impermeable azul.
La música, que posee absolutamente, cuando suena toda la noche o cuando suena todo el tiempo y todo lo ocupa, cuando secuestra el cuerpo y el alma y no deja sitio para nadie más, como en las peores relaciones de dominio.
Dijo Miles Davis: «Juliette y yo solíamos pasear juntos por las orillas del Sena, cogiéndonos de la mano y besándonos, mirándonos a los ojos. Era como cosa de magia, casi como si me hubieran hipnotizado. No lo había hecho nunca. Estuve siempre tan inmerso en la música que no tuve tiempo para romances de ninguna clase».
Un Miles Davis descubridor del enamoramiento de la mano y de la boca y de los ojos de Juliette Gréco, que logró, al menos por un tiempo y con el escándalo de la piel diferente, que saliera del secuestro total de la música.
Sé que no es una expresión exagerada del trompetista desmesurado. Para tener ese genio, hay que tener desmesura y exageración. Pero sé que el secuestro de la música no es exageración ni metáfora. Músicos cercanos me han contado que sucede.
Músicos cercanos son los que ayer, 90 años de Miles Davis, y en el Café Paraíso, en Oviedo, tan parisino cuando se llena de cronopios, también sucede a veces, dieron un concierto, un dobro y un contrabajo, unas cuerdas estiradas y madera, Michael Lee Wolfe y Tony Cruz, y sonaron otros, pero sonó Miles Davis en sus 90 años. Y a lo mejor Oviedo no es Nueva York ni París, no lo es, y la música no dejan que suene toda la noche y no somos Juliette Gréco y Miles Davis, sin su belleza, sin su carisma, sin su talento, pero, como ellos, y haciendo otra vez lo que dicen las canciones de Cohen, también tenemos la música, podemos ser feos, pero también tenemos la música.
Miles Davis y Juliette Gréco se enamoraron en el París de los cincuenta del siglo pasado, bohemio, chic y existencialista. Arrebatador y, como en Clinton Street del Nueva York donde deambula el raído hombre del impermeable azul, con música que suena toda la noche, arrebatador París lleno de música durante toda la noche en los cincuenta del siglo pasado, en los sótanos de la orilla izquierda y en los teatros de la orilla derecha.
Miles Davis y Juliette Gréco fueron una pareja con un atractivo infinito: jóvenes, con belleza, con talento enorme, con carisma, con triunfo. Y, además, una pareja escandalosa, en una sociedad de casi posguerra y metrópoli más llena de prejuicios de lo que parecía querer aparentar, pareja de escándalo por ser ella blanca y él negro.
La música sonaba toda la noche, como en Clinton Street, en Nueva York, haciendo banda sonora al triángulo escaleno de Leonard Cohen, Jane y el raído hombre del impermeable azul.
La música, que posee absolutamente, cuando suena toda la noche o cuando suena todo el tiempo y todo lo ocupa, cuando secuestra el cuerpo y el alma y no deja sitio para nadie más, como en las peores relaciones de dominio.
Dijo Miles Davis: «Juliette y yo solíamos pasear juntos por las orillas del Sena, cogiéndonos de la mano y besándonos, mirándonos a los ojos. Era como cosa de magia, casi como si me hubieran hipnotizado. No lo había hecho nunca. Estuve siempre tan inmerso en la música que no tuve tiempo para romances de ninguna clase».
Un Miles Davis descubridor del enamoramiento de la mano y de la boca y de los ojos de Juliette Gréco, que logró, al menos por un tiempo y con el escándalo de la piel diferente, que saliera del secuestro total de la música.
Sé que no es una expresión exagerada del trompetista desmesurado. Para tener ese genio, hay que tener desmesura y exageración. Pero sé que el secuestro de la música no es exageración ni metáfora. Músicos cercanos me han contado que sucede.
Músicos cercanos son los que ayer, 90 años de Miles Davis, y en el Café Paraíso, en Oviedo, tan parisino cuando se llena de cronopios, también sucede a veces, dieron un concierto, un dobro y un contrabajo, unas cuerdas estiradas y madera, Michael Lee Wolfe y Tony Cruz, y sonaron otros, pero sonó Miles Davis en sus 90 años. Y a lo mejor Oviedo no es Nueva York ni París, no lo es, y la música no dejan que suene toda la noche y no somos Juliette Gréco y Miles Davis, sin su belleza, sin su carisma, sin su talento, pero, como ellos, y haciendo otra vez lo que dicen las canciones de Cohen, también tenemos la música, podemos ser feos, pero también tenemos la música.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 27 de mayo de 2016.