Tenemos ahí otro 8 de Marzo y no voy a contar cómo surgió el día ni por qué hay un día de las mujeres y no de los hombres ni plasmar datos estadísticos sobre desigualdades de todo tipo. Estos contenidos están recogidos y justificados perfectamente en otros textos y discursos y no los voy a repetir. Tenemos ahí otro 8 de Marzo y me gustaría hablar de lo que hemos avanzado en consecución de derechos y en igualdad las mujeres, gracias a la lucha y a la incomprensión sufrida de tantas como nos antecedieron y de tantas como nos son contemporáneas, me gustaría hablar de lo logrado, de lo legislado, aun con retrocesos evidentes como el de la reforma del aborto que se pretende ahora, a unos pocos meses de que el Gobierno sea otro.
Me gustaría hablar, por el contrario, asimismo, de la situación de terrible desigualdad de las mujeres fuera de lo que conocemos como Occidente, vestidas con burkas, con el clítoris rebanado, apaleadas en tantas ocasiones, sometidas, anuladas… Pariendo en sitios imposibles y sin garantías sanitarias o abortando en sitios imposibles y sin garantías sanitarias.
Pero voy a hablar de lo que a veces creo que hay y otras veces me explota en la cara de mujeres y niñas que son vecinas nuestras, alumnas de nuestros colegios, amigas con las que desayunamos o nos tomamos una cerveza. Y de algunos hombres.
Niñas bien pequeñas que vienen a desayunar en esto que organizamos un grupo de gente en Oviedo y sirven con sumisión y eficacia el desayuno a sus hermanos bien pequeños mientras estos les dan órdenes cómodamente sentados en su silla, esperando ser atendidos, del modo justo y con la cantidad de mermelada exacta que ellos quieren.
Abuelas sacando adelante familias numerosísimas y que siguen creciendo, abuelas que, a la vez que hacen esto, son universitarias. Abuelas de mi edad.
Hombres que creen que, aunque haya mujeres al mando organizando el desayuno y la ayuda, pueden levantarles la voz y exigir, o ayudarlas galantemente, «porque en mi país las mujeres no hacen esto», y que reciben la contestación de una voluntaria que coloca con fuerza kilos de comida, «pues en el mío las mujeres sí lo hacen».
Hablo de esto.
Pero quiero hablar, sobre todo, de esas mujeres asustadas, valientes, heridas para siempre con todo tipo de heridas, de las evidentes en el cuerpo y en la mirada, pero supervivientes. Esas mujeres que son nuestras vecinas, nuestras amigas de desayunos y de cervezas, nuestras colaboradoras en la organización de donativos. Esas mujeres que tenemos al lado, que un día, tras infinitas humillaciones, desprecios y palos, palos físicos, palizas atroces, embarazadas, con sus cachorritos delante, con litros de maquillaje para disimular, esas mujeres valientes y admirables y que nos desarman porque un día dicen «basta» y huyen porque, a pesar de tener todo en contra, reclaman su derecho a la vida digna y la grieta por donde entra la luz se abre mínima. Y que no nos falten las ganas o que la vida nos distraiga con otras cosas para apretarles fuerte la mano. Esos apretones de mano que significan tanto.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 6 de marzo de 2015.