Recuerdo perfectamente qué hice un 30 de junio de hace cinco años. Recuerdo perfectamente cómo iba vestida. Recuerdo dónde tomé un café a mitad de la mañana. Con quién comí y dónde. Qué hice después de comer. Qué hice por la tarde. Con quién hablé y a qué hora llegué a casa.
Recuerdo perfectamente ese día a partir de una llamada de mi madre para decirme que Ramón se había muerto, una llamada bastante temprano por la mañana. Recuerdo el calor que hacía, el calor que hacía esos días, a veces en Asturias el verano también quema. Recuerdo las visitas de los días anteriores al hospital, hasta que no me dejaron pasar. Recuerdo sus palabras en la despedida, a Marisa y a su madre. Recuerdo el abrazo en la despedida, aquellos pocos kilos ya que se agarraron a mi nuca y que no se despegaban. Qué afortunada soy, qué suerte que Ramón me haya dado el regalo de ese abrazo, ese abrazo de despedida. Qué suerte el abrazo con Marisa aquella tarde de hace cinco años, en que Marisa me consoló a mí, qué forma más inmadura de comportarme.
Recuerdo conducir hacia un lugar al que no he de volver, por una carretera que conozco de memoria, con mucho calor, recuerdo que estaba Born to Run en el coche, recuerdo poner el disco, empezar a sonar «Thunder Road» y, entonces, recuerdo sentir que si escuchaba la historia de Mary, que bailaba a Roy Orbison en el porche, iba a lograr acabar mi trayecto sin riesgo, porque recuerdo llorar en el coche y no convienen las lágrimas mientras se conduce, recuerdo empezar a escuchar «Thunder Road» una y otra vez y dejar las lágrimas para más tarde, posponer las lágrimas, porque no conviene llorar mientras se conduce, es peligroso.
Las lágrimas siempre llegan con el recuerdo de Ramón, que era muy inteligente y con mucha necesidad de ser querido. Es una pena no creer en otra vida, porque si la hubiera Ramón sabría lo que le sigo queriendo, lo que sigo necesitando su inteligencia, y que ahora, como no estoy conduciendo, mientras escucho «Thunder Road», puedo llorar, puedo llorar pensando en redenciones dentro de coches, escupidos por los mosquitos en verano, que a lo mejor llegan tarde, pensando en escuchar «oh and that’s all right with me».