La cueva de La Lluera, ubicada en el concejo de Oviedo, en San Juan de Priorio, es, en palabras del fallecido catedrático de Prehistoria de la Universidad de Oviedo Javier Fortea, «el sitio cantábrico de arte paleolítico exterior con mayor cantidad y mejor conservación de grabados».
Su apertura al público, intermitente desde 2008, se ha resuelto en esta última etapa cediendo la Consejería de Educación, Cultura y Deporte la gestión de la cueva a la asociación vecinal Hijos de Las Caldas. Decisión alegremente celebrada por un diario de tirada regional; decisión acogida con estupefacción y con bastante cabreo por personas expertas en arte paleolítico, formadas, profesionales, amantes del patrimonio asturiano y del maravilloso rastro dejado por quienes nos precedieron en un primer momento.
Conocemos los empobrecidos bolsillos de los recursos públicos y ahora no es el momento del debate acerca de las prioridades en el gasto. Pero nos consta que personal al servicio de la Administración de la más alta cualificación técnica y la mejor de las disposiciones propuso soluciones a la gestión de La Lluera sin falta de recurrir a la bienintencionada y voluntaria disposición del vecindario del lugar, que incluso traslada a quienes visitan la cueva en sus propios vehículos.
¿Puede la buena voluntad suplir el conocimiento científico, por mucha crisis que se cierna sobre nuestras cabezas y sobre nuestros presupuestos? ¿Debe la buena voluntad suplirlo?
¿Por qué, entonces, no extender la excelente disposición de buena parte de la ciudadanía a la gestión de otros recursos y de otros servicios públicos? Con alegre trabajo voluntario, ahorraríamos unos buenos euros que se podrían destinar a gastos dignos de mejor causa que la gestión de nuestro más íntimo y precioso patrimonio. Ya circuló por ahí la genial idea de que las bibliotecas públicas, que no producen beneficio económico, al parecer, las gestionen personas amantes de la lectura. Algún buen aficionado puede hacer visitas guiadas en el Museo de Bellas Artes y alguna lectora irredenta puede explicar Virginia Woolf en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras. Por citar algunos ejemplos, que pueden ampliarse a otros campos y otras disciplinas: poner inyecciones en los centros de salud, cocinar en los colegios, dirigir el tráfico en nuestras calles o rebachear carreteras.
O quizá se trate de una decisión no exenta de nostalgia, quién se libra de este desasosegante sentimiento, y volvamos al añorado modelo de la entrañable vecina que guarda en la cocina de casa la llave que da acceso a un templo prerrománico; o del cura rural que nos enseña en la iglesia que administra el maravilloso espectáculo de un panteón renacentista…, siempre que no esté divulgando la palabra de Dios en otra parroquia.
(La imagen que acompaña este texto está tomada del blog «Arte paleolítico en Asturias». En ella puede verse una cierva grabada en la gran hornacina del abrigo de La Lluera).