¿Por qué Chet Baker?, me preguntan. ¿Por qué El Tiempo Delicuescente?, pero, sobre todo, ¿por qué Chet Baker?
No recuerdo cuándo empecé a escuchar a Chet Baker. Y mi falta de memoria no se debe a que haya sido hace ya demasiado tiempo. Simplemente, no lo recuerdo, pero sí que la música de Chet está unida a la noche de Reyes, cuando la casa se pone en silencio y las criaturas duermen, y a la leche templada y las galletas maría, esas que se dejan en la mesa para los reyes y los camellos. Podría aquí el chiste fácil, Chet Baker y los camellos, tan presentes en la vida de Chet desde bien joven y hasta su muerte. ¿Prematura? ¿Cuál es la medida de lo antes de tiempo que llega la muerte? Baker tenía 58 años cuando su cuerpo se rompió en la acera, bajo la ventana de su hotel en Amsterdam. No le quedaba vena que picar y conoció la cara partida, el despojo en otra acera tras una paliza. Qué más da la medida del tiempo prematuro en la muerte. Qué más da, lo terrible es la madre huérfana, esa madre que buscó salvarse, muy joven, en Chettie, hijo único y hermoso, en la belleza perfecta de los años cincuenta del siglo XX, y viajaron, con el padre Chesney Baker, como Chet, Chet como su padre, de Oklahoma a California, llena de arena y de olas y de colinas y de sol y de música y de racismo en la ciudad de Los Ángeles.
(Publicado en El Cuaderno en junio de 2017. Puedes leer aquí el texto completo).