(Esta columna se publicó en el diario El Comercio el 19 de septiembre de 2024. Puede leerse aquí con suscripción. A continuación, se transcribe el texto completo).

Recuerdo cuándo comenzaron los chiringuitos en las fiestas de San Mateo, las de mi pueblo, las fiestas que deberían ser populares. Antonio Masip, alcalde en los ochenta, importó el modelo de Bilbao y la Corporación trajo las txosnas, nombre en euskera de lo que aquí conocimos como «chiringuitos», que llenaron las plazas del Oviedo Antiguo y, con los conciertos gratuitos en la plaza de la Catedral y en perfecta comunión, se convirtieron en los protagonistas del recinto festivo, gestionados por la sociedad civil del concejo, organizada en asociaciones de festejos, de carácter deportivo, vecinal, cultural, sociopolítico.
Este modelo duró más de treinta años con acogida notabilísima y bajo el manto de gobiernos municipales del Partido Popular, muy mayoritarios, y de la coalición progresista, hasta que el gobierno del PP liderado por el independiente Alfredo Canteli decidió cargárselo y mercantilizar las fiestas del pueblo, las fiestas que, por tanto, deberían ser populares, sin restricciones de acceso a sus actividades por motivos económicos. Y si no son populares son clasistas.
La Concejalía de Festejos programa en una carpa en el barrio de La Ería conciertos de pago, a precios inasumibles para muchas familias, que tendrán que decirles a sus jóvenes que no pueden sufragar la entrada. Pero también de imposible acceso para muchas personas mayores. Ver a Raphael de pie costó 36 euros. Si preferimos o necesitamos un asiento, entre 45 y 68 euros. En las fiestas que deberían ser populares.
¿Y qué decir de las casetas hosteleras? Porque no se empeñen algunos en llamar «chiringuitos» a las casetas instaladas en la plaza de Porlier, que aquí no comulgamos con ruedas de molino; casetas hosteleras que tienen la graciosa libertad para disfrazarse.
Con la eliminación de los chiringuitos y la imposición de las casetas hosteleras, se mercantiliza agresivamente el espacio público y se priva a las entidades en que se organiza la sociedad de obtener un dinero para realizar actividades en beneficio de la comunidad, dinero que revertía, pues, en lo común.
Ya hablaremos de las agresiones de este gobierno municipal a nuestro pulmón del centro de la ciudad, el Campo San Francisco, y a su biblioteca pública municipal, en el edificio de La Granja, que se ve cercada por casetas hosteleras, retretes y cubos de basura.