Ya hablé de ello en ocasiones anteriores, en nuestra Universidad está la Cátedra Leonard Cohen, creada porque el genio canadiense donó a la institución el dinero obtenido con el Premio Príncipe de Asturias que le fue concedido.
Y el pasado martes, la cátedra organizó un homenaje flamenco a Cohen, arte que fue decisivo en que el músico sea quien es en su vida y en su obra, por aquel joven desaparecido guitarrista gitano que tocaba en las calles de Montreal y por el encuentro con la obra de otro genio, que sigue revolviéndose en su tumba, hoy, más que nunca, Federico García Lorca.
Y, por esto, nos juntamos en el paraninfo universitario un montón de personas. Y resultó ser que en Oviedo, en homenaje a un canadiense judío, un peruano con apellido japonés, que dirige una fundación en Sevilla cuya mecenas es estadounidense, nos presentó y nos explicó flamenco, con la ayuda de un italiano al toque, una mexicana al baile y una polaca al cante. Y, así, bajo la inquisitorial mirada del fundador Valdés Salas, y con el pequeño vals vienés arrullando, la mixtura de procedencias, otra vez, fue muestra clara de lo perniciosa que es la pureza y lo enferma que es la endogamia. De lo mutilador que es no atisbar más allá del terruño, de lo castrantes que son las fronteras cuando se usan para presumir como si la arbitrariedad de nacer unos kilómetros más allá significara algo.
Un canadiense judío, Sevilla, Oviedo, una mecenas estadounidense, una polaca, un italiano, una mexicana, y un peruano con apellido japonés, Fernando Iwasaki, que nos congregaron en Cohen y en el flamenco, en Lorca, que estos días se revuelve más que nunca bajo tierra. Y también Viena, con el pequeño vals, un hermosísimo poema que, sobre todo, es una hermosísima canción de amor.
Y Fernando Iwasaki nos explicó el origen de la palabra «fandango», que el diccionario académico dice que es incierto, y él nos dice que es palabra que los esclavos africanos llevaron a América y de allí vino a Andalucía, traída por indianos, para pegarse a la piel de los gitanos de los arrabales de las ciudades, y la palabra, cuyo origen incierto es África, cruzó en brazos de la esclavitud mares y se asentó en las manos gitanas, y sobrevivió. Y los africanos esclavos de la miseria de nuestro siglo, negros como los negros de Lorca en Nueva York, cruzan el mar, y son de origen incierto hasta que alguien nos desvela que nadie es de origen incierto, y que, aunque en el mundo privilegiado tratemos de elevarnos, a los parias de la Tierra el origen los aprisiona y para escaparse del origen cierto y del futuro incertísimo cruzan el mar, pero esos mismos esclavos no se salvan, como salvaron sus padres la palabra «fandango» al cruzar el mar, estos no se salvan, y se revuelven, como Lorcas a miles, en la fosa común mediterránea.

La ventana de Asturias – Cadena SER – 24 de abril de 2015.