(Esta columna se publicó en el diario El Comercio el 31 de diciembre de 2024. Puede leerse aquí con suscripción. A continuación, se transcribe el texto completo).

Terminamos el año con un acuerdo político y de intenciones presupuestarias entre el Partido Popular e Izquierda Unida-Convocatoria por Oviedo. La primera parte del acuerdo supuso la abstención de IU en la votación inicial del presupuesto municipal y la segunda parte se ratificó en el Pleno de aprobación definitiva, lo que hizo que el grupo de la oposición votara favorablemente las cuentas del equipo de gobierno y esas intenciones se convirtieran en una suerte de adenda al presupuesto.
Algunas voces califican este acuerdo como «histórico», porque el PP, al tener mayoría absoluta, no necesitaba ningún apoyo. Pero el adjetivo «histórico» exagera, pues no es la primera vez que en nuestro concejo se produce el pacto entre dos organizaciones a priori antagónicas. Siendo nuestro gobierno local conservador, neoliberal, con tendencia a censurar a quien se atreve a manifestarse en contra de sus políticas. Teniendo el alcalde tendencia a las actitudes autoritarias cuando se le contradice, aunque él se considere dialogante.
Los concejales de IU justifican el pacto en la importancia de ocupar la centralidad política, evitar la confrontación y dar un giro social a las políticas municipales. Pero lo sabido de lo acordado se nos antoja magro a cambio de ese abrazo del oso de una derecha que aprieta a la mayoría subiendo el IBI, por ejemplo; que parece gobernar para cierta patronal hostelera. Con un alcalde que en muchas declaraciones demuestra desapego hacia la población vulnerable.
¿Se acuerda este pacto, más allá de generalidades, por ejemplo, de la reivindicación vecinal de un parque para el este de Uviéu, para hacer una transición amable, comunitaria e higiénica entre la ciudad y el medio rural, que también es Oviedo? Lugar ejemplo de urbanismo clasista, de abandono frente a las «zonas nobles», en denominación, anacrónica y elitista, del alcalde de algunas calles del centro.
Hace poco, visitamos El Rayo-Mercadín, para donde se reclama ese parque. De entre la infravivienda, un niño chiquitín, que apenas hablaba, se nos acercó brincando, como cualquier criatura, sonriente. Y nos enseñó, como su tesoro, un billete usado del cercanías, un pequeño trozo de cartón.
¿Se acuerda ese pacto de ese niño o permanece oscurecido, paradójicamente, por la opulencia de las luces «de las zonas nobles»? Paradójicamente, oscurecido, cuando, en nuestra tradición cultural, conmemoramos el nacimiento de un bebé en la más profunda pobreza, en un establo okupado, cuyo padre y cuya madre huyeron de su tierra por persecución política.

Feliz 2025.