AC/DC han estado estos días de gira por España, para ofrecernos el espectáculo total del rock and roll, ese rock a cuyo nacimiento dedicaron desde el principio un relato religioso ya clásico, política y sudorosamente incorrecto, con sus montajes llenos de referencias a la maravillosa y alimenticia suciedad de la música.
Con mucho oficio, liderados por el inclasificable, a pesar de que lo conozcamos desde hace tantos años, Angus Young, carisma hecho guitarra, sus canciones sonaron con la fuerza de los himnos ante un campo de fútbol deslumbrante por los cientos de cuernos rojos y parpadeantes que coronaban las cabezas del público.
Hay quien los critica, como a los Stones y a los otros mayores, con el argumento de que ya no son lo que eran y que tocan para hacer caja. ¿Y? ¿Es criticable trabajar para hacer dinero? ¿Es criticable trabajar para hacer dinero, gracias a lo cual, generación tras generación, podemos seguir disfrutando del talento de otros, podemos disfrutar del talento que nos ha sido negado y que, siempre, nos hace crecer, cuando nos pegamos a él como sanguijuelas, para nutrirnos?
¿Ya no son lo que eran? No son lo que eran, son otra cosa, son más mayores, más de vuelta, probablemente más cínicos, más millonarios, con menos voz y menos movimiento de caderas, pero son mitos y son supervivientes, con bajas, pero supervivientes, que a The Doors nunca pudimos verlos.
AC/DC están, supervivientes, con sus bajas, erguidos. Y las melenas, cuando sobreviven a la calvicie, siguen ondeando, con canas, en el escenario, acunadas por el viento, en una de las imágenes icónicas más potentes de la religión del rock.
Malcolm Young no recuerda nunca más las canciones. Con la memoria roída por las termitas, ha olvidado las letras que construyó, en la composición, y la música que fue alimentando con su guitarra, escenario tras escenario tras escenario.
Como el que empieza, antes de la derrota, cabalgando a lomos de un cañón sobre su propia autopista al infierno, ensayaba, tratando de recordar, sin entender qué le estaba pasando.
Malcolm Young, anciano prematuro y retirado, su melena mecida no le protegió el cerebro, no lo salvó de las termitas ni de los dedos amnésicos, pero está su sobrino Steve, con los genes Young en la cara y en las manos. Y están tres chicas jovencísimas en el concierto, justo delante, con sus melenas morenas, sus gafas, sus camisetas negras, sus cuernos intermitentes. Una de ellas es una niña. Está Malcolm desmemoriado y están esas tres chicas.
Él ya no lo sabe, ya no lo puede saber. Pero, para el resto, nuestro deber es no quebrarnos. Porque hay banquillo, hay cantera. Hay esperanza.
Con mucho oficio, liderados por el inclasificable, a pesar de que lo conozcamos desde hace tantos años, Angus Young, carisma hecho guitarra, sus canciones sonaron con la fuerza de los himnos ante un campo de fútbol deslumbrante por los cientos de cuernos rojos y parpadeantes que coronaban las cabezas del público.
Hay quien los critica, como a los Stones y a los otros mayores, con el argumento de que ya no son lo que eran y que tocan para hacer caja. ¿Y? ¿Es criticable trabajar para hacer dinero? ¿Es criticable trabajar para hacer dinero, gracias a lo cual, generación tras generación, podemos seguir disfrutando del talento de otros, podemos disfrutar del talento que nos ha sido negado y que, siempre, nos hace crecer, cuando nos pegamos a él como sanguijuelas, para nutrirnos?
¿Ya no son lo que eran? No son lo que eran, son otra cosa, son más mayores, más de vuelta, probablemente más cínicos, más millonarios, con menos voz y menos movimiento de caderas, pero son mitos y son supervivientes, con bajas, pero supervivientes, que a The Doors nunca pudimos verlos.
AC/DC están, supervivientes, con sus bajas, erguidos. Y las melenas, cuando sobreviven a la calvicie, siguen ondeando, con canas, en el escenario, acunadas por el viento, en una de las imágenes icónicas más potentes de la religión del rock.
Malcolm Young no recuerda nunca más las canciones. Con la memoria roída por las termitas, ha olvidado las letras que construyó, en la composición, y la música que fue alimentando con su guitarra, escenario tras escenario tras escenario.
Como el que empieza, antes de la derrota, cabalgando a lomos de un cañón sobre su propia autopista al infierno, ensayaba, tratando de recordar, sin entender qué le estaba pasando.
Malcolm Young, anciano prematuro y retirado, su melena mecida no le protegió el cerebro, no lo salvó de las termitas ni de los dedos amnésicos, pero está su sobrino Steve, con los genes Young en la cara y en las manos. Y están tres chicas jovencísimas en el concierto, justo delante, con sus melenas morenas, sus gafas, sus camisetas negras, sus cuernos intermitentes. Una de ellas es una niña. Está Malcolm desmemoriado y están esas tres chicas.
Él ya no lo sabe, ya no lo puede saber. Pero, para el resto, nuestro deber es no quebrarnos. Porque hay banquillo, hay cantera. Hay esperanza.
La ventana de Asturias – Cadena SER –5 de junio de 2015.