La peor forma de censura es la censura onanista, la autocensura. Hay veces en que es inevitable, en determinadas circunstancias políticas decir lo que se piensa pone en riesgo hasta la vida y yo no juzgaré las decisiones que se toman con el aliento del miedo en el cogote. Yo no sé lo que haría en el banquillo de la caza de brujas o en eso que se llamó Revolución Cultural o en los años cuarenta en España. No sé lo que haría, no sé lo que diría, no sé lo que escribiría, si tuviera oportunidad para ello.
Recuerdo en una mesa electoral en unas elecciones vascas, a las que fuimos desde Asturias, ante la llamada del PSE para poder cubrir la jornada porque, el miedo, con su propia militancia no era posible, cómo al momento del escrutinio unos jóvenes gudaris empezaron a rodearme riéndose de mí llamándome creo que «española», y lo pasé mal y sentí miedo y me encogí y sabía que a la hora me iba de allí y aquella gente que nos acogió en la casa del pueblo de la calle San Francisco de Bilbao, en el Bilbao más obrero, más golpeado por la codicia urbanística, más lumpen, se quedaba, después de muchos años aprendiendo a convivir con el miedo como quien aprende a convivir con una enfermedad crónica, mientras yo pasé un miedo de diez minutos, por tener la tonta circunstancia de haber nacido 300 kilómetros hacia el occidente.
La autocensura, la censura onanista, el sometimiento a la corrección política, a decir lo que una cree que se espera de una… Caldo de cultivo todo ello para nunca avanzar, nunca mejorar, estancarse y no abandonar la mediocridad. Que igual nunca se abandona, que no es fácil, pero, desde luego, si nos mordemos la lengua por pensar que alguien nos la puede cortar, nunca saldremos de la escritura ramplona o de la repetición de eslóganes al modo de los loros.
Cada cual debemos recorrer nuestro propio camino, asumir contradicciones, aspirar a la calidad formal y pretender honestidad. Y, siempre, reconocer el magisterio, sin el cual en ningún caso hubiéramos llegado hasta aquí. Y quitarnos corsés y decir lo que nos apetece, no lo que creemos que se pretende que digamos, y solo así podremos elevarnos un centímetro por encima de la mediocridad y solo así estaremos pagando la deuda a quienes nos han enseñado, recorriendo nuestro propio camino, aunque se haya bifurcado, y quienes nos han enseñado tienen que sentir orgullo de que quienes vamos detrás tengamos nuestra propia voz, mejor o peor, acertada o equivocada, pero la voz que hemos decidido tener.

La ventana de Asturias – Cadena SER – 2 de enero de 2015.