Quienes hayan seguido algo estos comentarios saben cómo me gusta la sensación de sentir lo propio como si fuera ajeno, de sentir el extrañamiento en casa, de saber que, si viera algunos lugares de mi ciudad en algún otro sitio desconocido, nunca más querría marchar de allí.
Sentir el extrañamiento fuera es una sensación que colma las expectativas del viaje. Sentir el extrañamiento en casa es salir del propio cuerpo y observar lo que tan bien conocemos como si fuera nuevo, situándonos a cinco pasos de distancia de nosotros mismos.
Pero el extrañamiento en casa solo se cumple en unos pocos sitios. Para que se produzca la transmigración en un cuerpo clónico, pero a cinco pasos de distancia, tenemos que encontrar lugares que nos enamoren, bien por encontrarnos a gusto en la imperfección bella, bien por encontrarnos a gusto al sentir que nos interpelan y que no van a dejar que nos acomodemos. Cuando ocurren ambas formas de encontrarnos a gusto, en la belleza imperfecta que no permite que nos acomodemos, la metempsicosis es plena, el alma transmigra de nuestro propio cuerpo a nuestro propio cuerpo sin ninguna violencia y, a cinco pasos de distancia, sentimos que si viviéramos en otra ciudad nunca querríamos movernos de allí. Cuando el cuerpo vuelve a su sitio, nos acordamos de que estamos en nuestra ciudad y que nunca querremos movernos de ese lugar.
El Café Paraíso, en la calle Paraíso, en Oviedo, cumple estos días dos años. Jesús Colino, que viene de tierras castellano-leonesas, porque alguna vez le leí decir que quería quedarse en Oviedo a vivir, decidió abrir el bar y, con esa decisión, hizo que el trozo de ciudad, que no se concentra en un único lugar en el territorio, el trozo de ciudad, compacto, pero disperso, el trozo de ciudad, formado por personas unidas por el cemento de los lugares, el trozo de ciudad que elegimos para vivir ya necesite el Café Paraíso como órgano vital de su organismo. A veces, corazón que bombea, otras veces, pulmón que respira, quizá, riñón que excreta, tal vez, hígado que desintoxica, hay tantos Café Paraíso como hay tantas tardes y tantas noches.
Pero si en un café, sin avisar, sin pedir, claro, escuchas el Paris 1919, de John Cale; el Mermaid Avenue, de Wilco y Billy Bragg y Natalie Merchant cantando los poemas escondidos de Woody Guthrie; o el New Skin for the Old Ceremony, de Leonard Cohen, que significa escuchar «Chelsea Hotel» o «I Tried to Leave You»… Y mucho más que yo no conozco, por eso no deja que me acomode, por eso es un lugar imperfectamente bello, porque la belleza amanerada es mentirosa, por eso no quiero marcharme de allí, cuando estoy en mi cuerpo o cuando decido transmigrar.
Por eso, quiero felicitar a Jesús, filósofo orteguiano amante de las bicis, en su segundo aniversario. Por eso, porque su café es un órgano vital, que necesito para vivir, le deseo, con un punto egoísta, que cumpla muchos más.
Sentir el extrañamiento fuera es una sensación que colma las expectativas del viaje. Sentir el extrañamiento en casa es salir del propio cuerpo y observar lo que tan bien conocemos como si fuera nuevo, situándonos a cinco pasos de distancia de nosotros mismos.
Pero el extrañamiento en casa solo se cumple en unos pocos sitios. Para que se produzca la transmigración en un cuerpo clónico, pero a cinco pasos de distancia, tenemos que encontrar lugares que nos enamoren, bien por encontrarnos a gusto en la imperfección bella, bien por encontrarnos a gusto al sentir que nos interpelan y que no van a dejar que nos acomodemos. Cuando ocurren ambas formas de encontrarnos a gusto, en la belleza imperfecta que no permite que nos acomodemos, la metempsicosis es plena, el alma transmigra de nuestro propio cuerpo a nuestro propio cuerpo sin ninguna violencia y, a cinco pasos de distancia, sentimos que si viviéramos en otra ciudad nunca querríamos movernos de allí. Cuando el cuerpo vuelve a su sitio, nos acordamos de que estamos en nuestra ciudad y que nunca querremos movernos de ese lugar.
El Café Paraíso, en la calle Paraíso, en Oviedo, cumple estos días dos años. Jesús Colino, que viene de tierras castellano-leonesas, porque alguna vez le leí decir que quería quedarse en Oviedo a vivir, decidió abrir el bar y, con esa decisión, hizo que el trozo de ciudad, que no se concentra en un único lugar en el territorio, el trozo de ciudad, compacto, pero disperso, el trozo de ciudad, formado por personas unidas por el cemento de los lugares, el trozo de ciudad que elegimos para vivir ya necesite el Café Paraíso como órgano vital de su organismo. A veces, corazón que bombea, otras veces, pulmón que respira, quizá, riñón que excreta, tal vez, hígado que desintoxica, hay tantos Café Paraíso como hay tantas tardes y tantas noches.
Pero si en un café, sin avisar, sin pedir, claro, escuchas el Paris 1919, de John Cale; el Mermaid Avenue, de Wilco y Billy Bragg y Natalie Merchant cantando los poemas escondidos de Woody Guthrie; o el New Skin for the Old Ceremony, de Leonard Cohen, que significa escuchar «Chelsea Hotel» o «I Tried to Leave You»… Y mucho más que yo no conozco, por eso no deja que me acomode, por eso es un lugar imperfectamente bello, porque la belleza amanerada es mentirosa, por eso no quiero marcharme de allí, cuando estoy en mi cuerpo o cuando decido transmigrar.
Por eso, quiero felicitar a Jesús, filósofo orteguiano amante de las bicis, en su segundo aniversario. Por eso, porque su café es un órgano vital, que necesito para vivir, le deseo, con un punto egoísta, que cumpla muchos más.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 26 de septiembre de 2014.