Un recordatorio del cantautor francés al borde de los 25 años de su muerte, los 45 de su ‘Histoire de Melody Nelson’ y tras la aparición de la biografía ‘Gainsbourg: Elefantes rosas’, de Felipe Cabrerizo.
Serge Gainsbourg, vivo (1928) como Lucien Ginsburg y muerto (1991) como Gainsbarre, parisino, judío, hijo del siglo XX, de padre y madre de Ucrania y de Crimea, que encontraron en París el amparo de todos los horrores que Europa proporcionaba sin piedad, es ejemplo infalible de vida extrema e incorrecta que engendra una obra creativa genial, imprescindible, influyente, el novio que nunca debemos y al que nos enganchamos irremisiblemente, el amigo alcohólico, egocéntrico e imbécil que nos deja en evidencia en los bares, el padre que compone himnos incestuosos, todo esto sin afeitar, sin dejar de fumar Gitanes —los habanos están reservados a Dios—, sin dormir, oliendo ese olor de la noche canalla que está a un paso de convertirse en olor putrefacto, expulsando ese sudor lleno de sangre y de lágrimas.
Serge Gainsbourg, borracho como nadie en el escenario, adicto, huidor de soledades, huidor de la vida zambulléndose en ella salvajemente, de modo implacable. Ser sexual sin pudicia, constructor de una obra llena de canciones pornográficas, lascivo, lúbrico, erótico, libidinoso, sátiro, amante de mujeres hermosísimas, talentosas, jóvenes, de cuyos orgasmos, explícitos y explicitados, desde los gemidos de Jane Birkin / Melody Nelson a los gritos de Bambou, hizo composiciones únicas, nos hace escuchar, más allá de ‘Je t’aime… moi non plus’, ‘La décadanse’ o ‘L’eau à la bouche’.
Y, para disfrutar del erotismo sin solemnidad alguna, sin la trascendencia que le daba otro genial alcohólico, otro enorme practicante de la palabra en la incorrección política, Bukowski, cuando decía que el sexo es darle patadas a la muerte mientras cantas, mientras cantas, por ejemplo, a Gainsbourg, aunque sin duda también en el desenfado, aunque no se atisbe en la superficie, está tratar de escapar inútilmente de la muerte, esa carrera a la que nos dedicamos con la vida, escuchen esa alhajita tan bella, tan ingeniosamente incorrecta, tan sexualmente alegre que es ‘Élisa’.
Repleta es la obra de Gainsbourg, como una mina llena de vetas de las que extraer el carbón, que funciona como el mejor combustible, para el amor y para la creación.
Lleno de actualidad su álbum conceptual Histoire de Melody Nelson, cumple 45 años el próximo mes de marzo. Lleno de actualidad Serge Gainsbourg, el próximo mes de marzo se cumplen los 25 años de su muerte.
Gainsbourg en Montparnasse
Ya saben que París es una ciudad de cementerios imponentes y muy bien habitados, y no es solo Père-Lachaise, que por supuesto, porque Jim Morrison y Oscar Wilde merecen siempre una visita, que, además, el primero se entiende mejor con el segundo. En París, el cementerio de Montparnasse aloja talento por metro de lápida inmenso y allí está Gainsbourg.
>Hace veinticinco años, visité París. Recuerdo visitar su tumba casual —iba persiguiendo a Cortázar— y asombradamente, a los pocos días de su muerte, y me tropecé con una sepultura rodeada de gente que lloraba y que cantaba y que fumaba Gitanes y que la llenaba de flores y de notas y de tantas otras cosas.
Tantas otras cosas que las canciones del feo y orejudo Gainsbourg nos dan. Gainsbourg, que sabía, como otro judío genial, Leonard Cohen, en el hotel Chelsea, que qué más da la fealdad, “we are ugly, but we have the music”. Gainsbourg, mucho más procaz, sin embargo, al hablar de felaciones. Frente a la sincera descripción del canadiense en esa cama del hotel neoyorquino, la mas- per- turbadora y perversa de ‘Les sucettes’.
La vida y la obra de Gainsbourg, a los 25 años de su muerte, siguen siendo vetas riquísimas. De recentísima publicación, la biografía Gainsbourg. Elefantes rosas, de Felipe Cabrerizo, de la editorial donostiarra Expediciones Polares, a partir del 1 de febrero, en sus librerías.
Asturias24 – 24 de enero de 2016.