Hace 25 años hoy, el 2 de marzo de 1991, Serge Gainsbourg moría en París, con casi 63 años. Ese día, su cuerpo machacado, maltratado y sucio, su cuerpo de amante sin descanso, su cerebro de genial autor de centenares de canciones, fundamentales muchas de ellas para entender la música popular desde Francia al mundo, canciones principales en su uso del francés plagado de juegos de palabras y de anglicismos cuando decidió pasar de la chanson, del jazz al yeyé, en su certidumbre de que si quería triunfar, ser una estrella, ganar dinero tenía que salir de las caves del existencialismo parisino, ese día, cuerpo y cerebro de Gainsbourg reventaron definitivamente.
Un día como hoy, en que quienes veneramos al complejo, solitario, excesivo e insoportable Gainsbourg lo festejaremos especialmente pinchando una y otra vez sus canciones, nuestras canciones preferidas, encontrando un recoveco que no habíamos descubierto o una referencia desconocida hasta ahora, ahí es la grandeza del genio y la virtud en que nos justificamos quienes somos de carácter diletante y no de talento erudito, en no querer conocer nunca profundamente la obra genial, si es que esto fuera posible, para, así, con el paso de los años y con el paso de las canciones, seguir sorprendiéndonos, en la misma categoría de desconocimiento en el conocimiento del idioma o de la persona amada siempre que no tratemos de apropiárnosla.
Un día como hoy, a quienes no conocen o solo poco a Gainsbourg, a usted, amable lector, amable lectora, si no lo conoce o solo poco, me gustaría que estas líneas le provocaran acercarse a la obra y, de paso, a la vida de este enorme creador. La obra puede escucharse sin salpimentarse con la biografía, pero la biografía es algo más que el aparente cotilleo de la intensísima vida amorosa de Gainsbourg, porque la intensísima y escandalosa vida de Gainsbourg está en sus canciones y en sus parejas en la música, en las mujeres para las que escribió, y la soledad acomplejada tantas veces que asoma en letras en que el miedo a la vida no es ajeno.
Tienen la oportunidad ahora, en estos días, de acercarse a la vida de Serge Gainsbourg por medio de su primera biografía escrita en español, Gainsbourg. Elefantes rosas, de Felipe Cabrerizo, editada por Expediciones Polares, obra recomendabilísima, que se aleja de las prolijas biografías academicistas sin faltar al rigor y que navega por la obra imbricada en la vida y por la vida imbricada en la obra, como un todo inseparable, que es así como es el proceso creativo del artista que trasciende al artesano.
Y para acercarse a la obra voy a hacerles otra recomendación. Háganse, si pueden, con el recopilatorio editado por la casa de Gainsbourg, la Philips, en 1996, De Serge Gainsbourg à Gainsbarre, 42 canciones que recorren toda la biografía creativa del genial judío francés, discípulo de Boris Vian, hijo del siglo XX, pareja siempre de Jane Birkin, aun después de dejar de serlo.
Escuchen, si puede ser, viendo el clip de la obra, lleno de erotismo lisérgico, la Histoire de Melody Nelson, disco conceptual del que ahora también se cumplen 45 años. Escuchen La javanaise, que Gainsbourg escribió después de pasar la noche en casa de Juliette Gréco, en una suerte de vida y de obra engarzadas, inconcebibles la una sin la otra, que sirvieron para crear un personaje complejo, adicto, repulsivo a veces, siempre genial. Maestro lleno de vetas de las que seguir extrayendo material precioso.
A los 25 años de su muerte, escuchen, escuchemos a Serge Gainsbourg. Nos haremos mejores. A los 25 años de su muerte, busquemos, aunque solo sea una vez, los piojos en los brazos de alguien.
Asturias24 – 2 de marzo de 2016.