No soy una experta en fútbol y casi nunca veo un partido, pero no me incordia ni me disgusta en absoluto, y sigo sus novedades con cierto interés. Algo tiene este deporte, algo tiene, porque, en mis viajes, allá donde he ido, que en algún sitio he estado, siempre he visto pachangas, partidos, en chándal, en traje de baño, con chilabas, en caminos de arena de casi desierto, a la puesta del Sol.
El fútbol, a veces, incomprensible, otras veces, incomprendido, tantas veces machista y con un olor a testosterona a ratos insoportable, con el fútbol femenino que se asoma tímidamente en competiciones y premios, con grandes dificultades para seguir andando, con muy pocas árbitras y presencias testimoniales de directivas en los clubes, lleno de madres que llevan a sus hijos de aquí para allá, a entrenamientos y partidos de fines de semana.
El fútbol, con los hermosos y millonarios y a menudo caprichosos Adonis contemporáneos, muchas veces objeto de informaciones vacías de todo interés u ocupando espacio y espacio en los medios, sin sitio para nada más.
El fútbol, con decisiones que no se comprenden, de huelgas y dificultades para fichar a menores no nacidos en España, y no se entienden porque los problemas del fútbol de élite y los del fútbol modesto tienen poco que ver y en ocasiones se les da el mismo tratamiento y eso hace las incomprensiones.
El fútbol modesto, el fútbol aficionado, el fútbol infantil.
El fútbol machista, el fútbol violento, el fútbol, hijo de la sociedad en que se integra.
El fútbol físico, el fútbol técnico, el fútbol táctico, el fútbol teórico.
El prodigio de Maradona, el prodigio de zafarse de jugadores del equipo contrario, haciendo presas a despecho del inglés, en una carrera memorable, tan memorable el gol como la narración de Víctor Hugo Morales, el fútbol que se recrea en el idioma o el idioma que se recrea en el fútbol, el fútbol descrito con la brillantez de un Santiago Segurola, que lo mismo teoriza sobre la identificación de patria y selección como nos enseña todo lo que hay que saber sobre Billy Bragg.
Y los vuelos de Cruyff, magnífico y elegante, espigadamente holandés. Y tan distinto e igual de elegante Zidane, con ese gol seco.
Y el fútbol, tan artístico como Maya Plisetskaya convertida en cisne, tan estético, tan sublime, tan social, en las villas miseria de Argentina, en las favelas brasileñas, para tratar de sacar a los chavales de la pobreza extrema.
Sí, el fútbol, cuando llega uno de nuestros chavales de los desayunos, que cómo ha mejorado en las notas y empieza a hablar de fútbol y lo sabe todo, todo, lo de aquí y lo de allá, y su madre, desde esos ojos maquillados de escándalo, nos cuenta orgullosa que a su hijo lo han ascendido y ahora entrena con los mayores, porque es muy bueno, y, quizá, entre su madre desde esos ojos tan seductores, cargada buscando comida, y la escuela, y nuestros bocadillos con colacao, quizá, con la ayuda de esa magnífica herramienta que puede ser arte, el fútbol, quizá, estemos contribuyendo a salvar una vida.
El fútbol, a veces, incomprensible, otras veces, incomprendido, tantas veces machista y con un olor a testosterona a ratos insoportable, con el fútbol femenino que se asoma tímidamente en competiciones y premios, con grandes dificultades para seguir andando, con muy pocas árbitras y presencias testimoniales de directivas en los clubes, lleno de madres que llevan a sus hijos de aquí para allá, a entrenamientos y partidos de fines de semana.
El fútbol, con los hermosos y millonarios y a menudo caprichosos Adonis contemporáneos, muchas veces objeto de informaciones vacías de todo interés u ocupando espacio y espacio en los medios, sin sitio para nada más.
El fútbol, con decisiones que no se comprenden, de huelgas y dificultades para fichar a menores no nacidos en España, y no se entienden porque los problemas del fútbol de élite y los del fútbol modesto tienen poco que ver y en ocasiones se les da el mismo tratamiento y eso hace las incomprensiones.
El fútbol modesto, el fútbol aficionado, el fútbol infantil.
El fútbol machista, el fútbol violento, el fútbol, hijo de la sociedad en que se integra.
El fútbol físico, el fútbol técnico, el fútbol táctico, el fútbol teórico.
El prodigio de Maradona, el prodigio de zafarse de jugadores del equipo contrario, haciendo presas a despecho del inglés, en una carrera memorable, tan memorable el gol como la narración de Víctor Hugo Morales, el fútbol que se recrea en el idioma o el idioma que se recrea en el fútbol, el fútbol descrito con la brillantez de un Santiago Segurola, que lo mismo teoriza sobre la identificación de patria y selección como nos enseña todo lo que hay que saber sobre Billy Bragg.
Y los vuelos de Cruyff, magnífico y elegante, espigadamente holandés. Y tan distinto e igual de elegante Zidane, con ese gol seco.
Y el fútbol, tan artístico como Maya Plisetskaya convertida en cisne, tan estético, tan sublime, tan social, en las villas miseria de Argentina, en las favelas brasileñas, para tratar de sacar a los chavales de la pobreza extrema.
Sí, el fútbol, cuando llega uno de nuestros chavales de los desayunos, que cómo ha mejorado en las notas y empieza a hablar de fútbol y lo sabe todo, todo, lo de aquí y lo de allá, y su madre, desde esos ojos maquillados de escándalo, nos cuenta orgullosa que a su hijo lo han ascendido y ahora entrena con los mayores, porque es muy bueno, y, quizá, entre su madre desde esos ojos tan seductores, cargada buscando comida, y la escuela, y nuestros bocadillos con colacao, quizá, con la ayuda de esa magnífica herramienta que puede ser arte, el fútbol, quizá, estemos contribuyendo a salvar una vida.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 8 de mayo de 2015.