¿Por qué, para hablar de Thelonious Monk, hablar de Kathleen Annie Pannonica Rothschild o de Pannonica de Koenigswarter? ¿Por qué hablar de Pannonica, a secas, que es la protagonista de la composición de Thelonious Monk del mismo nombre, y de tantas otras composiciones, con este nombre, o con el más corto y familiar de Nica, o con otros títulos, protagonista de al menos veinte temas de jazz? ¿Por qué hablar de la mujer perteneciente a una familia judía riquísima, poderosísima, una familia de financieros, salida del miserable gueto de Frankfurt, y que acabó pagando, y, por lo tanto, decidiendo, guerras; que financió el Canal de Suez; que sostuvo gobiernos en el Reino Unido y que se codeó en comidas, bailes y cacerías con la élite económica, política e intelectual mundial? ¿Por qué hablar de la mujer que, matrimonio y cambio de apellido mediante, se convirtió en baronesa? ¿Por qué hablar de la mujer que inspiró el personaje de la marquesa Tica, en el imprescindible cuento largo o novela corta El perseguidor, de Julio Cortázar?
Ya he descubierto algo, dejado entrever con estas cuestiones previas por qué hablar de Pannonica. Porque es la protagonista de al menos veinte composiciones de jazz. Porque inspiró el personaje de la marquesa Tica, de El perseguidor, que cuenta, pasado por el barniz de la literatura, y, por ello, de la recreación y de la ficción, un episodio de la vida de Charlie Parker, el saxofonista, tan genial en su instrumento como Thelonious Monk en el suyo. Ambos músicos, imprescindibles, con otros nombres, ya dentro de la leyenda, Dizzy Gillespie, Miles Davis, Max Roach…, antes el ciego Art Tatum, en la experimentación, en el desarrollo, en la innovación, en la incomprensión y en el despertar de oídos y mentes que supuso ese estilo dentro del jazz que se conoce como bebop.
(Publicado en El Cuaderno en octubre de 2017. Puedes leer aquí el texto completo).