En la asignatura, que se imparte en colegios, institutos y universidades del mundo entero, de Música Popular debería emitirse la grabación de lo que ocurrió el sábado 7 de enero en un sótano de una ciudad de provincias, pequeña, hermosa a ratos, con su belleza y su fealdad, aunque ya era domingo, la madrugada del sábado al domingo.
En los sótanos de las ciudades suceden cosas fundamentales para que sus habitantes vivan mejor, para que puedan participar en lo común e irse para casa con más sabiduría, y más que deberían suceder, porque en los sótanos de las ciudades hay conciertos, de todo tipo y condición, y a veces no pueden celebrarse o se interrumpen o se amedrentan.
Hubo un concierto de homenaje a Aute en la ciudad. En los preparativos, se organizó una cena posterior para quienes participaron en el concierto, músicos y músicas, la gente de la organización y alguna otra allegada, y allí estaba yo. En los preparativos de la cena, Vaudí Cavalcanti dijo: «Habrá que llevar las guitarras, ¿no?».
Habrá que llevar las guitarras, compartirán conmigo los botes que di en la silla cuando leí esas palabras, de Vaudí, que tiene unas manos preciosas y cuando canta es el sol en la piel desnuda, el sol que no abrasa, que no duele, el sol tibio en los hombros.
Y fue la cena en un sótano de la ciudad y cenamos y vino más gente y con las guitarras vino un cajón y había un escenario y un amplificador pequeño y empezaron Vaudí, Sil Fernández y Sergio Pevida y Vaudí y Sil cantaron «A primera vista». Y, a partir de ahí, estuvieron Gema Fernández, Julio Perro Blanco, Javi Monge, Toli Morilla y el Coro Internacional Antifascista Al Altu la Lleva, Héctor Tuya, Ramón Blanco, Jordi el Flaco.
Y digo que esa grabación debe ser materia para estudiar en la asignatura de Música Popular porque en el sótano sonaron tangos, boleros, sonó bossa nova, sonó blues, sonaron Bob Dylan, Atahualpa Yupanqui, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Y debe ser materia porque en un escenario algo amplificado ellos y ellas cantaron y tocaron y el público, todo el público, de todas las edades, cantó y allí cantamos las nieves del tiempo, el disparo de nieve, las gardenias, eternamente, Yolanda, yo tengo tantos hermanos, que no los puedo contar. En los días de frío, temblé.
El sol fue en la voz de Vaudí, como el sol en la piel desnuda, eu sei que vou te amar.
Estoy escuchando las canciones al lado de una pareja. Él es abrazado por ella, mientras cantan. Ella, también, dice, refiriéndose al músico en ese momento, que está con Atahualpa: «Qué guapo». Yo me vuelvo y le digo: «Sí, ¿verdad?, es mi amigo, buen músico», con un punto de orgullo. El buen músico guapo acaba la canción, suelta la guitarra y se levanta. Y yo, envalentonada por el orgullo, avanzo dos pasos y le digo a mi amigo: «¡No te levantes!». Obediente, se sienta, recoge la guitarra, y empieza: «Come over to the window, my little darling».
Y allí, en un sótano de la ciudad, haciendo algo clandestino, con la gente de la música ofreciéndonos su trabajo con generosidad enorme, comulgando con personas que no conocíamos antes, allí, un cajón, dos guitarras, dos hombres, una mujer, dos voces, y el resto, haciendo en la práctica lo que la música popular es, cantamos en una sola voz al dios mortal y rezamos por los ángeles: «So long, Marianne, it’s time that we began to laugh and cry and cry and laugh about it all again».