(Intervención en el pleno ordinario del Ayuntamiento de Oviedo de 4 de enero de 2017 con motivo del debate y votación de la proposición del Grupo Municipal de Somos Oviedo relativa a reconocimiento de la labor cívica de la iniciativa Los Desayunos Solidarios).

Alcalde, concejalas, concejales, personal municipal, periodistas, público, amigas, amigos, buenas tardes:
Quienes me conocen saben que si digo que para mí es un honor estar aquí, dirigiéndome a ustedes, no es frase hecha ni exageración. Hablando en el salón de plenos del ayuntamiento de mi concejo, del ayuntamiento de la ciudad a la que adoro, a la que adoro porque aquí nací, crecí, estudié, aquí trabajo, aquí decidí que era un buen lugar para que mi hija viviera.
No vean en esto cortedad de miras ni amor acrítico por mi ciudad. Querría cualquier lugar que me hubiera tratado así, porque está bien tener un mejor lugar del mundo.
Cuando los cronopios de Julio Cortázar viajan, llegan a la ciudad y exclaman: «La ciudad, la hermosísima ciudad». Y a mí me ha sido dado el privilegio de exclamar en muchas ocasiones, a veces, rodeada de gente, a veces, sola, «la ciudad, la hermosísima ciudad». He tenido el privilegio de vivir la ciudad, la hermosísima ciudad.
Y no lo exclamé al admirar la solitaria torre de la catedral desde las baldosas mojadas de su plaza ni en el apostolado de la Cámara Santa, con los ojos de zafiro del incrédulo que necesitó ver para creer, ni en algún rincón del Campo ni cuando una salamandra se asoma, curiosa, entre las piedras de la muralla de la calle Paraíso. Lo exclamé cuando nuestra comensal más veterana de los desayunos, que apenas hablaba cuando empezó, me enseña la encía desnuda. Lo exclamé cuando un chaval gitano se arranca por Camarón. Lo exclamé cuando un grupo de adolescentes de Senegal desayunan cada día y se ríen y se pelean. Lo exclamé cuando una de ellas, incluso lo exclamé en ese momento, porque podía estar en su compañía, una mañana cualquiera cuando, tras desayunar, yo iba a trabajar y ella, al instituto, y ella iba al instituto, imprescindibles servicios públicos, con todo lo que tengan que mejorar, imprescindibles servicios públicos, que no discriminan, cuando ella, a mi pregunta de si prefería su país o vivir en Oviedo, me dijo: «Prefiero Senegal porque está allí mi madre, pero, si mi madre viviera en Oviedo, preferiría Oviedo». Su madre ya está aquí. Y para la cena de Nochebuena, cocinó arroz con pescado un poco picante. Y lo compartimos.
Lo exclamo cuando digo que en estos tres cursos y pico de desayunos hemos formado un equipo de unas treinta personas, para dar desayunos, para estar a las siete y media de la mañana, en la calle Paraíso o en la calle Martínez Vigil; para repartir comida; para, con coches, con carritos, con mochilas, con manos, ir a buscar donativos por todos los rincones de la ciudad. Me gustaría que hubieran visto cada mañana un grupo de personas, como un ejército civil de hormigas, transitando con cajas llenas de café, bollos, bizcochos, galletas, cacao y miel, por la calle Martínez Vigil. O más confundidas con el tráfico, cada tarde de miércoles, primero, de lunes, después, para buscar donativos y traerlos al almacén.
Estos tres cursos largos dimos de desayunar, cada día que hubo colegio e instituto, sin faltar un solo día ni personas dispuestas a trabajar ni alimento rico, abundante y variado, a todas aquellas familias que quisieron compartir mesa. No somos asociación ni tenemos forma constituida de ningún tipo, la plataforma fue la página de Facebook ¿Pero quién dice que en Oviedo no hay nada?, y esto lo hemos hecho gracias a la solidaridad de la ciudad, de la hermosísima ciudad, y aun de fuera de ella.
Cuando se me ocurrió la página, más allá de la difusión de cosas que suceden en Oviedo, quise darle contenido político, hacer red de apoyo mutuo cuando ya se vislumbraba que la crisis no era algo pasajero, cuándo los parias de la Tierra no han sufrido latrocinio. A los pocos meses, noticias en los medios de comunicación me alertaron del drama de no poder desayunar antes de ir a clase, de las consecuencias nefastas para el rendimiento escolar y de que podía haber soluciones ciudadanas, allí donde el poder público no sabe o no puede llegar. ¿Por qué no dar desayunos, por qué no desayunar con nuestros vecinos, con nuestras vecinas, del lado de acá o del lado de allá?
Empezamos en octubre de 2013 y acabamos en los últimos días de diciembre pasado, ese final de diciembre del que habla Leonard Cohen en una de sus más bellas canciones del temblor, la canción del hombre del impermeable azul, donde, a finales de diciembre, hace frío, pero, como el Nueva York de Cohen, me gusta donde vivo, y así, a finales de diciembre pasado, se acabaron los desayunos.
¿Por qué? Porque las iniciativas ciudadanas tienen que tener principio y fin; porque está bien acabar las cosas cuando aún funcionan bien; porque, si es el caso, toca que otras personas se remanguen. «Levántate y lucha, esta es tu pelea», lleva advirtiéndonos Jorge Martínez desde Ilegales hace más de treinta años, en «Tiempos nuevos, tiempos salvajes». Cuántas veces tocó el bajo en esta canción el ovetense Alejandro Blanco, que nos ayudó con generosidad y sabiduría de músico en los desayunos, cuyo corazón decidió pararse este año recién terminado.
Porque hay desayunos, siguiendo nuestro modelo, en los Dominicos y en el barrio de Ventanielles.
Y exclamo «la ciudad, la hermosísima ciudad» cuando, por primera vez este curso, hay desayunos para las criaturas de segundo ciclo de Educación Infantil y de Educación Primaria en los coles, con beca para quien la necesite. Recurso que acaba de empezar y necesita pulirse, pero ahí está, gracias a nuestros impuestos y su redistribución. Esta es otra de las razones por la que los desayunos terminan.
Y antes de terminar yo misma, déjenme decirles que compartimos mesa en Nochebuena un puñado de personas que desayunamos juntas estos años. Y la ciudad se volvió hermosísima en un sótano al lado de las huertas donde viven las salamandras. Se volvió hermosa porque la noche en que la tradición cristiana celebra el nacimiento de Jesucristo cenamos con personas venidas de territorio del islam. Y las mujeres, casi todas mujeres, me dijeron después que cómo no iban a venir, si somos su familia, que cómo no iban a venir, si por primera vez alguien las había invitado a compartir mesa en su casa, si por primera vez escucharon la pregunta «¿necesitas algo?». Porque, como dice Fito Páez en su canción «Pétalo de sal», «nada te importa la ciudad si nadie espera». Porque es nuestra obligación ciudadana tender la mano para que todo el mundo se sienta esperado en la ciudad.
Y como en la ciudad de fines de diciembre del hombre del impermeable azul, espero que vuelva a sonar música toda la noche en los bares, como sonó todas las mañanas en nuestros desayunos, porque los desayunos sin música no hubieran sido, porque el dios de los desayunos fue Johnny Cash, imperfecto, doliente y sudoroso, como nuestros desayunos; genial; y el himno, su interpretación de «One».
Gracias, equipo de gobierno, grupos municipales, por poder estar hoy aquí.
Quiero reconocer también la ayuda cálida de la concejala responsable de los servicios sociales municipales en el anterior mandato, Belén Fernández Acevedo. Y la del personal técnico municipal.
Gracias, grupo municipal de Somos, por la iniciativa. Muchas gracias.
Gracias, ciudad y más allá, por tanta solidaridad. Gracias, asociación Partycipa, por el local de la calle Paraíso. Gracias a las propietarias de nuestro almacén. Gracias, enormes, Frankie y Blanca, del Ca Beleño, porque vuestra casa es acogedora y allí viven ballenas y piratas y hay un piano.
Gracias, medios de comunicación, por vuestro apoyo siempre. Los desayunos no hubieran sido si no hubieran podido ser contados. No fuimos un recurso oculto, al contrario. No hay nada de qué avergonzarse. No hay mayor dignidad que, como cantan Vaudí Cavalcanti, Gema Fernández, Puri Penín y Sil Fernández en «A primera vista», atesorar coraje para llamar.
Gracias, voluntariado. Gracias, Verónica Casaos.
El vocabulario se me queda corto, aquí sí que pierdo las letras de la canción de Los Fabulosos Cadillacs «Vasos vacíos», para agradecer a mi queridísima Ana Rey su codo con codo.
Gracias a mi familia, a mi madre y a mi padre, todo lo bueno que soy se lo debo; al padre de mi hija, que, aunque ya no compartimos vida, está siempre para cubrirme.
Gracias a ella, a Paulina, la sufridora de mis ausencias, siempre comprensiva con «las cosas de mamá», siempre colaboradora. Espero que de todas estas pequeñas renuncias resulte una ciudadana comprometida con el lugar y el momento que le tocan.
Y gracias, con una gratitud enorme, a las familias con las que desayunamos, por dejarme ayudarlas, por contarme su vida, por confiar en mí, por considerarme su amiga. Me siento privilegiada por todo ello. Enormemente.
Porque cada cual llevamos el ADN del hambre marcado a fuego, aunque no lo sepamos. Porque no hay mayor objetivo político que luchar contra el hambre ni privilegio igual que militar en él.
Muchas gracias.