Hay dos nenas, pequeñas y rubias, que vienen a desayunar cada mañana a los desayunos que un grupo de personas compartimos, siempre que abren colegios e institutos. Su madre, rubia y menuda, les pone un mandilón y ellas desayunan y sonríen y les asoman unos dientinos blancos y toman cacao con cereales. Su madre les pone un mandilón y ellas van al cole muy limpias.
Su madre está preocupada. Tiene miedo de que le quiten el salario, es decir, el salario social básico. En el mundo en que se cobra esta prestación, el salario social básico se conoce, a secas, como «el salario», y cuando se habla «del salario» ya sabemos de qué estamos hablando.
Su madre está preocupada y me jura y me rejura que va a todos los cursos que le dice su trabajadora social y que ella lo que quiere es trabajar.
Yo la escucho, mientras las pequeñas rubinas beben aplicadamente el cacao, con sus mandilones.
A la vez que la escucho, pienso en todos los discursos, que siempre vienen del mismo lado, de la derecha política y empresarial, acerca de la insoportable carga impositiva asturiana, frente a otras comunidades. Y me paro otra vez en las cabezas rubinas y concentradas en no dejar cereales y en mis impuestos y en el salario, que no da para llegar a fin de mes, por eso los desayunos, pero los desayunos lo son por la solidaridad ciudadana, y no puedo evitar, en medio de ese relato de la adversidad, sentir ese punto de orgullo, como el Nueva York del hombre del impermeable azul, y pensar en que me gusta donde vivo, aunque a veces haga un frío que no permite que la gente que percibe el salario esté a gusto en su casa, pensar en que me gusta donde vivo, que de mis impuestos y de los impuestos de tantas personas y que de la solidaridad de tantas personas la madre de las miniaturas rubinas tiene una renta mínima y las miniaturas desayunan, con la concentración debida a tan importante forma de empezar el día, salario y desayunos como recursos complementarios, sin querer compararlos, Administración responsable, sociedad comprometida.
Pero quiero ir un paso más allá. Sí, hay personas, cuyas razones no pueden ocupar el tiempo de esta columna, acostumbradas a vivir de modo asistido, que probablemente no se planteen otro modo de vida y que son irreductibles, sí, sabemos que las hay. Como sociedad con recursos e integrante del estado de bienestar, ¿qué hacemos con personas que no saben salir del círculo del asistencialismo? Las razones de esto pueden ser varias y son complejas y no de ahora, no vienen al caso en este espacio. Pero ¿las dejamos tiradas? ¿Y a sus criaturas? Como sociedad rica, que lo es, otra cosa es la distribución, nefasta, de los recursos, que tiende al progreso, esa población estructuralmente que no sabe otro modo de vida ¿queda expuesta a la limosna?
¿Lo queremos así? Si es lo que queremos, digámoslo valientemente.
Los discursos fáciles acerca del salario social los carga el diablo. Mientras, las nenas rubinas desayunan con empeño. Y, en el Ca Beleño, Lou Reed, desde Coney Island, nos sigue enseñando dónde está el amor.
Su madre está preocupada. Tiene miedo de que le quiten el salario, es decir, el salario social básico. En el mundo en que se cobra esta prestación, el salario social básico se conoce, a secas, como «el salario», y cuando se habla «del salario» ya sabemos de qué estamos hablando.
Su madre está preocupada y me jura y me rejura que va a todos los cursos que le dice su trabajadora social y que ella lo que quiere es trabajar.
Yo la escucho, mientras las pequeñas rubinas beben aplicadamente el cacao, con sus mandilones.
A la vez que la escucho, pienso en todos los discursos, que siempre vienen del mismo lado, de la derecha política y empresarial, acerca de la insoportable carga impositiva asturiana, frente a otras comunidades. Y me paro otra vez en las cabezas rubinas y concentradas en no dejar cereales y en mis impuestos y en el salario, que no da para llegar a fin de mes, por eso los desayunos, pero los desayunos lo son por la solidaridad ciudadana, y no puedo evitar, en medio de ese relato de la adversidad, sentir ese punto de orgullo, como el Nueva York del hombre del impermeable azul, y pensar en que me gusta donde vivo, aunque a veces haga un frío que no permite que la gente que percibe el salario esté a gusto en su casa, pensar en que me gusta donde vivo, que de mis impuestos y de los impuestos de tantas personas y que de la solidaridad de tantas personas la madre de las miniaturas rubinas tiene una renta mínima y las miniaturas desayunan, con la concentración debida a tan importante forma de empezar el día, salario y desayunos como recursos complementarios, sin querer compararlos, Administración responsable, sociedad comprometida.
Pero quiero ir un paso más allá. Sí, hay personas, cuyas razones no pueden ocupar el tiempo de esta columna, acostumbradas a vivir de modo asistido, que probablemente no se planteen otro modo de vida y que son irreductibles, sí, sabemos que las hay. Como sociedad con recursos e integrante del estado de bienestar, ¿qué hacemos con personas que no saben salir del círculo del asistencialismo? Las razones de esto pueden ser varias y son complejas y no de ahora, no vienen al caso en este espacio. Pero ¿las dejamos tiradas? ¿Y a sus criaturas? Como sociedad rica, que lo es, otra cosa es la distribución, nefasta, de los recursos, que tiende al progreso, esa población estructuralmente que no sabe otro modo de vida ¿queda expuesta a la limosna?
¿Lo queremos así? Si es lo que queremos, digámoslo valientemente.
Los discursos fáciles acerca del salario social los carga el diablo. Mientras, las nenas rubinas desayunan con empeño. Y, en el Ca Beleño, Lou Reed, desde Coney Island, nos sigue enseñando dónde está el amor.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 5 de febrero de 2016.