Pues ha pasado un curso, han pasado nueve meses, han pasado treinta y siete comentarios y esto se termina.
Y qué bien he estado en esta casa, que me abrió sus puertas para, durante dos minutos cada viernes, contar casi siempre obsesiones y tratar de contarlas del mejor modo posible, a quien puedan interesar.
Mucho Oviedo, cómo no, pero tratando de huir de la cerrazón que no ve más allá de su ombligo. Es de ley querer la ciudad que se convierte en tu nido si el nido es confortable. Y el nido puede ser inhóspito, pero también está en nuestras manos construirlo caliente, buscando ese árbol, precisamente ese, desde donde tan bien se avistan esas otras aves a las que nos queremos juntar. Y desde el que nos podemos ir, una vez al año, al menos, para saberlo nuestro.
Mucho Oviedo Antiguo, mucha calle Paraíso, con la muralla que abriga y que atemoriza solo a quien la desconoce. Con sus habitantes más venerables, más antiguas, más elegantes, las preciosas salamandras, que no nos perdieron de vista con esos ojos y que acabaron dejándonos deambular por su jardín, que es el asfalto. Alguna recogimos muerta, con las tripas asomando, paradójicamente, cuando son ellas las que tanta vida nos han sabido dar.
Muchos desayunos en la calle Paraíso, muchos, y reparto de comida. Y el hambre (en el ADN a fuego, no lo olvidemos, nadie se salva) y la generosidad y el desahucio y la redistribución y la piel agrietada y el abrazo y la famélica legión y una pequeña que dice «señora, habibi», que nos confirma, si hiciera falta, que el racismo es una de las más perfectas expresiones de la imbecilidad del ser humano.
Mucha música, mucha, en directo, toda la que podemos, participando en lo común, salas de todo tipo, y si no podemos en directo, grabada, qué suerte tener máquinas que la reproducen. Con el agradecimiento por tener los medios materiales y espirituales para entender que pocas cosas nos sostienen, y una de ellas es la música, esa tradición de cuyos eslabones formamos parte y en que tan a gusto navegamos. Tanta gente amiga este curso, tanta gente de la música, un enorme placer haber aprendido tanto.
Un enorme placer estrujarme la cabeza, semana a semana, para saber qué contar y contarlo del mejor modo posible. Recordando la doble articulación del lenguaje, estudiada (y mil veces volvería a hacerlo) hace ya tantos años.
Y, ya que tenemos el regalo de la doble articulación, no quiero relegar ninguna de esas dos caras. El estimulante reto de la hoja en blanco cuando el tiempo apremia, el esfuerzo, la búsqueda, el diccionario, para tratar de llegar a la veta profunda del idioma, para no desmerecer el genio de la lengua.
En fin, gracias a la cadena SER, en La Ventana de Asturias, que me dejó soltar todo esto. Gracias, Guillermina Caso, por tanta hospitalidad.

La ventana de Asturias – Cadena SER – 27 de junio de 2014.