La escritora Emily Coleman le dijo a la escritora Djuna Barnes que esta hacía hermoso el horror, «tú haces hermoso el horror».
¿Puede hacerse hermoso el horror? ¿Puede hacerse, yendo más allá del esteticismo de raza aria de la directora Leni Riefenstahl, que vistió el nazismo de ensalzadora belleza mentirosa?
Puede hacerse, como hace Leonard Cohen, siguiendo con el nazismo, en «Dance Me to the End of Love».
Y hace falta hacer hermoso el horror para poder convivir con el horror con el que convivamos, y, si la belleza en realidad es esteticismo, convivamos con el horror sin calmantes, sin anestesia, con la sal en las llagas, la hermosura del horror tiene que ser dérmica, que el horror se vuelva hermoso unos instantes, pero sin dejar de ser horror, y, sobre todo, sin hacernos creer que es hermosura, y no horror. Sin velarlo.
Pasolini, asesinado ahora hace cuarenta años, hizo hermoso el horror y se acercó a la realidad, demasiado, la vida le costó, de modo crudo y escatológico y mi contacto con el horror me ha convencido de que acercarse así es el único modo verdadero y honesto de acercarse a lo real y la única forma de poder asumir el horror, con ayuda del relato que hace hermoso el horror, de las personas que hacen hermoso el horror.
Hace unos días, estaba en un bar donde, habitualmente, los días de trabajo, tomo el café de la mitad de la mañana. Es una cafetería confortable, regentada y atendida con profesionalidad y con mucha amabilidad, y hubo un momento en que me sentí muy bien y me acordé de Gabinete Caligari, y del calor del amor en un bar, y de Ilegales, y de la única patria con que puedes contar, y hoy iba a hablar sobre los bares y lo que nos pueden abrigar y esos momentos que nos confortan, pero se me cruzó el horror, se me cruzó el horror que, con tanta frecuencia, vivimos en los desayunos que damos cada mañana cuando hay colegio, y en las letras de Gabinete y de Ilegales también hay mucho horror y mucha hermosura que hace hermoso el horror, más o menos evidente, pero se me cruzó el horror, con la hermosura de los besos diminutos de las criaturas que rozan el horror, con la hermosura de poder dar unas botas a una mujer que se nos va a morir, que se nos muere, con la hermosura de unas mantas hechas a mano para abrigar en el horror de la falta de calefacción y de la humedad rezumando, con la hermosura de unos ojos llenos de lágrimas al explicar por qué necesitamos mantas y pijamas para las familias con las que desayunamos.
Los momentos confortables, recibir calor, las canciones que nos narran y hacer hermoso el horror, pero sin dejar de mirar el horror, sin dejar de acercarnos a él, de enfangarnos, de hundirnos en el barro para que, al fin, vivir sirva para algo.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 6 de noviembre de 2015.