Hace un par de días recibí una caja de bombones como obsequio y, aun antes de comerme uno, dichosa y eterna dieta, actuaron como la magdalena de Proust, pero, en lugar de trasladarme a la infancia y al recuerdo de amorosas manos arropándome en la cama yo con fiebre, viajé a los tres últimos meses, escasos.
Y como siempre me fascinó el discurso que se vuelve sobre sí mismo, el metadiscurso, y se construye desde fuera para hablar de dentro y se convierte, así, en juez y parte, si vuelvo la vista a los tres últimos meses, el sentido de la vista agudizado por el sentido del gusto que no es porque, dichosa y eterna dieta, debo conformarme con el sentido del olfato que sustituye al sentido del gusto (dichosa y eterna dieta) para llevarme al sentido de la vista, abstracta en mi cabeza y tan real en la hoja en blanco abstracta convertida en real por una pantalla y un teclado, se me ocurre un balance que quizá sea más propio de dentro de un par de semanas, con el año casi cumplido, pero, al fin y al cabo, estamos en diciembre y puedo adelantarme unos días a lo que parece que ha de ser, bastante ha de ser todo normalmente, han de ser las deslocalizaciones mentirosas de empresas que se van de aquí después de haber recibido suculentas ayudas públicas, ha de ser la imposible negociación presupuestaria con mucho de pose frívola, ha de ser Corigos-Cabañaquinta, que recorreremos este invierno, otra vez, a salto de mata, han de ser la oveja y el lobo parece que sin solución, ha de ser una Universidad que nunca tiene dinero, ha de ser Asturias, que va del grandonismo a la queja sin pararse, como un péndulo a veces dormido a veces enloquecido. Ha de ser Oviedo.
Y si el olfato que sustituye al gusto (dichosa y eterna dieta) me lleva a la vista de este último trimestre del año, tengo que agradecer estos tres meses de comentarios aquí, en La Ventana de Asturias, tengo que agradecérselos a quien me introdujo y a quien acepta, semana tras semana, mi forma de ver el mundo desde este lugar en Asturias, desde este Oviedo extramuros por sentir tanto la muralla y sus salamandras amarillas con sus ojos saltones, únicas y casi prehistóricas, porque es un privilegio que, sin cortapisas, puedas explayarte sabiendo que alguien te escucha; porque es un privilegio esta oportunidad de crecer; porque es un privilegio poder hacerlo desde esta ciudad que, como los buenos amantes y las buenas amigas, tanto te devuelve, solo con acariciarla de vez en cuando despacio y arrullarla con una canción, una guitarra en un garito.
Porque, claro, me faltaban el tacto y el oído.

La ventana de Asturias – Cadena SER – 13 de diciembre de 2013.