(En la sección «Visiones de ciudad», del diario La Nueva España, publicado el 7 de enero de 2018. El texto, con suscripción, puede leerse aquí. Y aquí, un balance de todas las visiones publicadas hasta entonces).
Mi abuelo materno, Paulino Prieto, era médico y médico pediatra. Era médico de la Beneficencia Municipal, en la casa de socorro, y tenía consulta de pediatría en casa, en las casas del Cuitu, creo que mi recuerdo más antiguo es un pasillo largo en aquella casa, y yo arrastraba un cochecín amarrado a una cuerda o algo así. «¿Está contentín?», le decía a la madre alarmada porque parecía que su hijo estaba algo enfermo. Si la criatura estaba contentina, probablemente sería una dolencia sin importancia. No era un charlatán, era un médico, pero ese era el primer termómetro para empezar a elaborar el diagnóstico. «Don Paulino me salvó la vida», cuántas veces escuché y aún escucho esa frase, venida de aquel Oviedo en que mi abuelo visitaba casas para atender la criatura enferma, aquel Oviedo, este Oviedo que mi abuelo me enseñó a adorar.
Sin aspavientos, como él era, lleno de inquietud y de amor por la ciudad, sin obligaciones, casi sin explicarlo, simplemente aprendí una forma de relacionarme con la ciudad cuyos ingredientes son el interés por seguir conociéndola y el amor que viene del agradecimiento. Agradecimiento porque Oviedo me lo dio y me lo da todo, lo que soy está o viene de Oviedo, nunca he salido de la ciudad, a veces, eché de menos haber pasado alguna temporada fuera, pero la vida no hizo que fuera así y ahora ya no creo que lo haga. Nunca. Aquí nací, crecí, estudié, trabajé y trabajo. Aquí transcurre mi vida, la que muestro y la vida secreta, la vida secreta de la que habla Leonard Cohen. Aquí decidí que era un buen sitio para estar con mi hija, Paulina, por mi abuelo, que me hizo adorar la ciudad, de ese modo que adora Woody Allen Nueva York. De ese modo que habla de Nueva York Leonard Cohen, en la historia de Jane, Nueva York está frío, pero me gusta donde vivo, en Clinton Street suena la música toda la noche…
Y en Oviedo es donde hablo con Leonard Cohen y donde debería sonar la música, no toda la noche o toda la noche según dónde, la música prohibida no solo en Oviedo, pero es de mi ciudad de la que estoy hablando, la música ilegal en los bares, esos conciertos que deberían legalizarse y que hacen que me diga: La ciudad, la hermosísima ciudad… Como exclaman los cronopios cuando viajan y, aunque los taxis les cobren el doble, ellos se ponen contentos, porque están en la ciudad, la hermosísima ciudad.
Mi ciudad se vuelve hermosa cuando suena la música en un garito y se crea ese canal de comunicación que me lleva a la canción y a las manos que acarician las cuerdas de una guitarra y ahí es cuando la ciudad se vuelve hermosa.
La ciudad que yo quiero fue hermosísima cuando un grupo de personas nos juntamos para desayunar con chicos y chicas que sintieron fea la ciudad y logramos, gracias a las gentes que escogieron Oviedo como lugar para vivir, del lado de acá o del lado de allá, alimento y trabajo y un ejército, cada mañana, por la calle Martínez Vigil, transportaba cajas con leche y bizcocho hasta el Ca Beleño para el desayuno compartido y así se volvió hermosa. Porque la ciudad la hacen la ordenación de sus calles, los parques y los colegios y los centros de salud, cuando la sanidad pasó de ser de beneficencia para hacerse universal. Pero la ciudad la hacen hermosa y confortable y acogedora sus gentes, por eso Pablo Moro, cuando hablamos acerca de para qué sirven las canciones, hace hermosa la ciudad. Y por eso ahora lloramos con la serenidad de haber estado allí cuando nos enteramos de que Casa Domitila, en El Paláis, ya no está, el chigre más antiguo de Oviedo hubo de ser derruido, porque amenazaba ruina y ratas, y la parroquia de Domitila, clase trabajadora, me vio un día en la televisión, hablando de que había criaturas que no tenían desayuno, y Blas pronunció la frase que abre puertas: «¿Qué ye, ho, que los guajes van al colegio sin desayunar?», y allí se juntaron y en una hucha y en un sorteo reunieron dinero y nos hicieron una compra, llena de cacao y de miel de la mejor, y cuando decidimos celebrar la luna llena de cosecha, Harvest Moon, y su trovador principal, Neil Young, fuimos a Domitila y volvieron las canciones, en un lugar que es el lugar del que lleva hablando el canadiense enorme desde hace 50 años. El lugar donde nos juntamos para bailar después del trabajo, porque seguimos enamorándonos… Y allí estuvimos Puri Penín, Ana Rey y yo para decir que queríamos Harvest Moon. Y así fue.
La ciudad es la vista de la Catedral desde la calle Mon, es la vista del gasómetro desde la avenida de Torrelavega, es la vista de las casas de Campomanes desde Cabo Noval. La ciudad es el acueducto, sus arcos, alguno aún en pie.
La ciudad es Proyecto Hombre en el Postigo Bajo y sus habitantes cuando salen a pasear cada tarde y me cruzo con ellos y me digo, «ahí van los chicos de Tati». La ciudad es la Cocina Económica y sus comensales, que esperan fuera, que tienen un lugar para comer y para cenar. Y es el lugar en que conocí a Chet Baker, porque Chet Baker vive en mi ciudad, por eso es dura y hermosa, y cena en la Cocina Económica y el aire se llena de las notas que salen de la trompeta y de su voz, cuando habla de que se enamora con demasiada facilidad, y yo también me enamoré de él con demasiada facilidad, porque me tropecé con su música muy cerca de mi casa.
La ciudad, mi ciudad, es el Oviedo Antiguo, su vecindario y sus bares, mi rincón en El Boca a Boca, donde escribo y me cuidan. Mi ciudad son esos bares que me hacen descubrir en Teatinos.
Mi ciudad, la ciudad, la hermosísima ciudad, es la que me abraza, la que está iluminada por la luna que entra por la ventana cuando me abrazan y hacen que, durante unos segundos, vuele hacia la cama deshecha del hotel Chelsea.
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Lo mejor: Las gentes que hacen que la ciudad sea hermosa, cada una de ellas en su vida doméstica y cotidiana.
Lo peor: Las gentes que, aun haciendo la ciudad hermosa, sufren su cara más fea, la de la miseria y el dolor.