De la estirpe de Andrea Fabra, tenemos a Cayetana Álvarez de Toledo. No son de la estirpe por pedigrí, que, perdónenme por la comparación, porque si todas son odiosas esta lo es más, Fabra es la burguesía gatopardesca y Álvarez de Toledo, la aristocracia. Perdónenme, digo, por comparar estas señoras con un relato tan bello, tan estéticamente político. Que, sí, de aquellos polvos, estos lodos, pero me da grima, no puedo evitarlo, pensar en el taciturno Giuseppe Tomasi di Lampedusa y en el maduramente hermoso Burt Lancaster y, a la vez, acordarme de estas señoras pijas, consentidas, prepotentes e indeseables.
De la serie «que se jodan», viene también el «no te lo perdonaré jamás», aunque una vomitona haya sido dirigida a las personas desempleadas y otra, a la alcaldesa de Madrid.
Son de la misma serie porque ambos arrebatos de sinceridad verbal demuestran ausencia total de comprensión, de compasión; significan creerse en el país de las personas salvadas, donde yo nunca voy a ser un parado, donde mi nena no ha de salir del mundo construido con princesas rosas y algodón de azúcar. Denotan espíritu egoísta y una concepción de la política,  ya que ambas mujeres son mujeres en la política, que niega lo que la política, si es política, tiene que ser, que no es otra cosa que procurar el bien común y tener una visión colectiva de lo que nos rodea, aun estando en una actividad privada, como puede ser estar en la cabalgata con tu hija, que la rubia (y les habla una) y guapa y exquisita Álvarez de Toledo se ocupó de convertir en un alegato público por, al parecer, herir la sensibilidad de una pequeña de 6 años.
Si nos ponemos a no perdonar, jamás, heridas que se le hacen a la infancia, invito a la marquesa de Casa Fuerte a que se pase por los desayunos que un grupo de gente hacemos cada mañana en Oviedo, siempre que hay cole, ya saben, gratuitos, comunitarios… Un grupo de gente que, mano a mano con las familias, tratamos de que la herida no llegue a abrirse o, abierta, que cicatrice pronto o, si tarda en cicatrizar, que haya siempre antisépticos para evitar la infección y vendas para taparla si el agujero es grande y los bichos amenazan con entrar para roer las entrañas de nuestras criaturas, de nuestras criaturas de los desayunos, que, con poco o con nada que llevarse a la zapatilla la noche de Reyes, se asombran y ríen y se atemorizan y no quieren marchar en un minúsculo rincón del mundo, en Oviedo, en un almacén convertido en salón de recepciones de Aliatar y de su asistente, y que son la única verdad, las criaturas risueñas y asombradas, que ha de importar a la dañada y preciosa política, cuando la política se convierte en letra mayúscula.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 8 de enero de 2016.