Es una obviedad, que conviene tener presente. Hay crisis y hay personas, familias enteras, pasándolo de pena, pero hay abundancia de todo, desde de comida hasta de juguetes, pasando por abundancia de ropa, de libros, de papel, de agua para beber y como motor para conseguir energía, hay abundancia de estorninos que bailan por el día, sin ser cisnes, y pían toda la noche en los árboles.
Hay abundancia de palabras escritas y de talento para enseñarlas y hay personas que no han adquirido las letras, y, sí, son vecinas nuestras. Sus hijos son compañeros de los nuestros, en los pupitres de algunos colegios públicos y de otros tantos concertados. Sí.
Hay carencias enormes y basuras repletas y almacenes y armarios y estanterías con enseres, objetos que buscan nuevo acomodo, ropas que buscan adquirir la figura de nuevos cuerpos, y que no lo encuentran, el acomodo. Ni los cuerpos.
Y comida que se tira y se tira y se tira, un día, sí, y a la noche siguiente.
A los desayunos que damos en Oviedo, por razones que no importan ahora, nos ofrecieron muchas sábanas y mantas y alfombras y colchas, y las cogimos. La persona que nos las dio las había ofrecido, antes, a dos organizaciones que trabajan con personas ¿cómo prefieren? en riesgo de exclusión, en situación precaria. Pobres. Yo prefiero «pobres». Me gustan más las palabras de siempre. Por eso prefiero «compasión» a «empatía». El empacho de corrección política esconde mala conciencia y filtros para separarnos de la realidad.
Dos organizaciones que trabajan con personas pobres no quisieron las mantas y las sábanas. En nuestro almacén de los desayunos, volaron, qué jueguinos más guapos, escuchamos decir, y allí que se fueron para vestir nuevas camas, otras distintas. Allí que se fueron, para abrigar, limpias, cuerpinos pequeños, que pían como los estorninos. Allí que se fueron, para que se escondan debajo las parejas cuando se besan, para que bajen al fondo de un pozo todavía más, para construir su propio agujero en el cielo.
Hacemos lo que podemos, rescatamos lo que podemos y decimos que no a mucho. Ahora, volvemos a dedicarnos a la comida todo lo que podamos. A la nueva y a la salvada. Cada noche, y de una sola panadería, llenamos un carro con pan, bollos, pasteles, empanadas, rosquillas. Y con eso, y con tanto más, desayunamos, ¿saben?, al volver de las vacaciones escolares de Navidad se unieron a desayunar ocho familias más, doce criaturas, somos mucha gente y la tostadora no para de hacer crujiente el pan del día anterior y también sirve para calentar los bollos preñaos y tuvimos que comprar más tazas y más cucharitas.
Todo esto viene para decirles que busquen los vericuetos para salvar los bollos de pan: para las diminutas ferocidades de las criaturas.
Y rescaten las mantas que hibernan en los altillos de los armarios: cobijan los cuerpos de las parejas que se besan, el mejor modo de huir de la muerte.
Hay abundancia de palabras escritas y de talento para enseñarlas y hay personas que no han adquirido las letras, y, sí, son vecinas nuestras. Sus hijos son compañeros de los nuestros, en los pupitres de algunos colegios públicos y de otros tantos concertados. Sí.
Hay carencias enormes y basuras repletas y almacenes y armarios y estanterías con enseres, objetos que buscan nuevo acomodo, ropas que buscan adquirir la figura de nuevos cuerpos, y que no lo encuentran, el acomodo. Ni los cuerpos.
Y comida que se tira y se tira y se tira, un día, sí, y a la noche siguiente.
A los desayunos que damos en Oviedo, por razones que no importan ahora, nos ofrecieron muchas sábanas y mantas y alfombras y colchas, y las cogimos. La persona que nos las dio las había ofrecido, antes, a dos organizaciones que trabajan con personas ¿cómo prefieren? en riesgo de exclusión, en situación precaria. Pobres. Yo prefiero «pobres». Me gustan más las palabras de siempre. Por eso prefiero «compasión» a «empatía». El empacho de corrección política esconde mala conciencia y filtros para separarnos de la realidad.
Dos organizaciones que trabajan con personas pobres no quisieron las mantas y las sábanas. En nuestro almacén de los desayunos, volaron, qué jueguinos más guapos, escuchamos decir, y allí que se fueron para vestir nuevas camas, otras distintas. Allí que se fueron, para abrigar, limpias, cuerpinos pequeños, que pían como los estorninos. Allí que se fueron, para que se escondan debajo las parejas cuando se besan, para que bajen al fondo de un pozo todavía más, para construir su propio agujero en el cielo.
Hacemos lo que podemos, rescatamos lo que podemos y decimos que no a mucho. Ahora, volvemos a dedicarnos a la comida todo lo que podamos. A la nueva y a la salvada. Cada noche, y de una sola panadería, llenamos un carro con pan, bollos, pasteles, empanadas, rosquillas. Y con eso, y con tanto más, desayunamos, ¿saben?, al volver de las vacaciones escolares de Navidad se unieron a desayunar ocho familias más, doce criaturas, somos mucha gente y la tostadora no para de hacer crujiente el pan del día anterior y también sirve para calentar los bollos preñaos y tuvimos que comprar más tazas y más cucharitas.
Todo esto viene para decirles que busquen los vericuetos para salvar los bollos de pan: para las diminutas ferocidades de las criaturas.
Y rescaten las mantas que hibernan en los altillos de los armarios: cobijan los cuerpos de las parejas que se besan, el mejor modo de huir de la muerte.
La ventana de Asturias – Cadena SER – 15 de enero de 2016.