Giuseppe Tomasi di Lampedusa es el autor de una sola novela, El Gatopardo, fastuosamente llevada al cine por otro aristócrata italiano, Luchino Visconti, quién mejor para presentarnos visualmente el fin de la nobleza italiana como sustentadora del poder, con la unificación del país, y su recambio por la burguesía, estéticamente menos refinada, pero infinitamente más pragmática y, al fin, fruto de los nuevos tiempos.
La novela es un resumen literariamente sublime de este proceso histórico y, por si aún no nos habíamos dado cuenta, plasma para que ya no se nos olvide la certeza de que, sea aristocracia más autoritariamente bella, sea burguesía más democráticamente vulgar, todo tiene que cambiar, para que todo permanezca del mismo modo.
Lampedusa cuenta en ella, hechos literatura de la historia, pasajes, recuerdos de su propia vida, desde la mesa del café Mazzara, donde cada tarde el escritor manuscribió El Gatopardo, entre finales de 1954 y 1956, según nos dice otro príncipe, este, del siglo, Mario Vargas Llosa.
El príncipe de Lampedusa, título nobiliario de Giuseppe Tomasi, nunca estuvo en la pequeña isla siciliana, tan cercana a las costas africanas.
Sí, todo cambió, pero todo continúa igual. La aristocracia cedió el poder a la burguesía y regímenes autoritarios dieron el paso a otros democráticos; la estética de los palacios y de los dorados transitó hacia la estética del capitalismo.
Los parias de la tierra continúan siendo los mismos.
A la isla de Lampedusa, ya bien entrado el siglo XXI, llegan cientos y cientos de inmigrantes desde África. Llegan, si llegan, mueren en el mar, mueren de frío en los barcos que los rescatan, mueren en la isla. La isla los acoge, pero no puede más. La isla los acoge con una generosidad ya no estética, sino ética, apabullante. Escuchar hablar a su alcaldesa, Giusi Nicolini, nos reafirma en la convicción de que, sí, el ejercicio político está lleno de hombres y de mujeres que actúan con rectitud compasiva, que no hay mejor forma de denuncia, de hacer explotar en el rostro de esos otros hombres y de esas otras mujeres que deciden, desde despachos de capitales, acerca de cerrar fronteras, levantar vallas y plantar cuchillas su miseria política y humana.
Y esto se vuelve piel y manos y ojos y palabra en una cervecería ovetense, con el relato de un hombre que llegó a las costas canarias en patera, que pasó frío, que pasó hambre, que pasó sed, que caminó y caminó sin saber adónde iba, por querer tener una vida mejor.
Y no es un relato original ni único, es repetidísimo entre cientos, pero de la belleza madura de Burt Lancaster, de la belleza esplendorosa de Alain Delon y Claudia Cardinale, del genio de Lampedusa y de Visconti, de la aristocracia y el capitalismo, de la estética y la ética, del ejemplo de denuncia de Nicolini, de la isla de Lampedusa, de la generosidad de sus habitantes, de la frialdad de las decisiones en los despachos, al final, al calor de una cerveza, de un grupo de personas hablando, el relato del frío, del agotamiento, del hambre, de la sed, sobre todo, de la sed, al final, el convencimiento de que el abrigo, el refugio, el amparo, entre quienes sobrevivimos, ha de ser recíproco y obligado.
Asturias24 – 18 de febrero de 2015.