Hay quien dice que fascinan los países musulmanes por la fascinación que supone lo lejano, lo ininteligible. No es cierto. No porque lo ininteligible no atraiga. Ojalá atrajera más: sería una buena manera de empezar a olvidar la desconfianza hacia el otro.
No es por eso.
Lo incomprensible puede ser fascinante, desde luego. Cuando aterrizamos en China y avanzamos por el país, no solo lo ininteligible se muestra en el idioma, en el que es imposible entender ni un poco lo que se escucha o lo que se escribe. Se muestra también el abismo en costumbres cotidianas que pueden observarse por la calle, en la curiosidad y el asombro de la mirada recíproca, en la arquitectura de sus templos, en sus religiones y en el genio vital de siglos de sus habitantes.
Pero, no. No es eso en los países musulmanes. No es el abismo. Más cercanos, por razones históricas y geográficas compartidas, aquellos que se bañan en el Mediterráneo, pero aun en el Asia Central el abismo se lima y su caída se acorta.
El calor, las terrazas para tomar té con menta, los dulces, el Mediterráneo, el desierto, las llanuras y las cordilleras de Asia Central, territorios sin mar, las mezquitas, las explanadas de las mezquitas, atravesadas con calor, con la cabeza, los brazos y el escote cubiertos, porque, sí, la situación de la mujer en el islam, en distintos grados, desde la opresión insoportable hasta un segundo lugar con el que tampoco hay que conformarse.
Pero llegar a una mezquita, detenerse, al caer el sol, con calor, en una terraza, con una mezquita cerca, pedir un té con menta y escuchar la llamada a la oración del atardecer, con el sol poniéndose, sensación embrujadora, sensual como pocas, el calor, los dulces, el té con menta, el bullicio cuando se sale a la calle, a esa hora, en el tiempo del Ramadán.
Yemen, Siria, Irak, el Estado Islámico, Al Qaeda, el 11S, el 11M, la enajenación religiosa en nombre del profeta, en nombre del Corán, catálogo, además de otras cosas, de medidas profilácticas para salvar de la enfermedad y de la muerte en su día a una población analfabeta, con prescripciones acerca de la higiene, acerca de algunos alimentos.
Las fuentes, el agua, la hospitalidad.
La relación con hombres musulmanes, a alguno al que le tendí la mano para saludarlo me la tomó con auténtico asco; otras veces, cordial, afectuosa, con abrazos.
La relación con mujeres musulmanas con las que desayunamos, risueña, cariñosa.
Con bromas sobre el chorizo y la cerveza, bromas tontas para distender, para, en el fondo, reírnos en compañía y, así, romper barreras de modo sencillo, como sencilla es nuestra relación. Sin enajenación y ahuyentando los prejuicios de parte y parte.
Con esas criaturas, con esos ojos enormes, protegidos por unas pestañas como látigos de terciopelo.
Túnez, Charlie Hebdo, la huella imprescindible, tan reconocible, del árabe en el español, los Matamoros, las acequias y las almunias. Córdoba, lejana y sola.
El Cid.
Todo esto, ante el atentado en Túnez, ante la barbarie del Estado Islámico, destruyendo vidas e historia. Todo esto, torrencial, sin respuestas, con preguntas infinitas. Con todas las contradicciones.
Con la cabeza en el próximo viaje, para, de nuevo, cubierta, con calor, con té con menta, escuchar la llamada a la oración al atardecer.
Solo para eso.
Asturias24 – 25 de marzo de 2015.